No hay tiempo qué perder. El sol volverá al día, hará de día el mundo. Los laberintos no podrán protegerme de la resolana, cada tanto alguien me dejará tirado en medio de la luz.
No hay tiempo que perder. Detrás de mí avanza la transparencia, se acerca peligrosamente, como la espuma del mar que borra las letras de la playa. Nadie me verá volver.
Tengo tantos años tierra adentro, sin beber el zumo nutricio, sin dejarme caer en una gota escarlata, sin entrar por los torrentes. Tantos años sin ese agrio sabor que va a dulce, a íntimo, a maternal.
Crezco en la sombra, como la misma hemoglobina de los cuerpos, bajo la misma esencia y carencia de la piel; crezco al amparo de los olvidos, como un terror nocturno. Debo escapar a la creciente lividez de la mañana.
Rehúyo. Rehúyen de mí. Rehuimos unos de otros. Voy por su cuerpo como por el mundo, alguien decía, alguien que escribió a tientas, sin mucha imaginación, con poco entusiasmo, alguien de sangre espesa. Rehúyo. Rehúyen.
El silencio se apodera de algunos brazos y piernas. El aire entra y se desliza por los músculos, nunca toca hueso, y a ciertas horas de esa misma noche, asomo una vista por entre los vellos y la respiración, todo cae por su peso, y el sueño me permite caer sobre ellos. Nunca pierden el tiempo ni yo, todos utilizamos cada segundo en repetir las voces que nos hunden y nos disipan. Algún maullido, el ladrido, la parte medular de una respiración honda y pausada, cada músculo puesto al servicio de las glándulas y su funcionamiento; los riñones y el estómago, absorben sus propias excrecencias.
Me impulso de arriba a abajo, en espiral subo y bajo, voy de norte a sur, recorro los meandros, los puentes, las posibilidades.
Asomo y voy; asomo y asumo; asomo el cuerpo y dejo caer mi peso sobre su peso, mis deseos y ansiar sobre un cuerpo, que yace en la noche como un río quieto y profundo.
Mis pasos son vigilantes, astutos, crecientes conforme la calma se adueña de la vida, del mundo, de la respiración. Me acerco y bebo de ellos, los aspiro, y sigo la misma ruta, sin cansarme y sin saciarme.
***
Crecen las ansias, devoran el pasmo, el miedo, la inocencia. Crecen las ansias y no me dejan respirar. Se apoderan de mí como un monje el hábito.
Crecen las telarañas; suben con sus patas y tratan de abrir sus huecos y asirme.
Bebo, vuelvo a beber, tengo deseos de beber.
***
La mañana avanza, la luz avanza. Ahora estoy en la cueva de mil ojos. Bebo hasta cansar mi propio entendimiento, mi sonido interno. Caen algunas piedras y todo rompe y deja de ser.