Decidí sacar a pasear a mi conciencia. Ella vive escondida en mi cuerpo, que está gordo y alterado. Hoy despertó con una jauría de pensamientos descalzos que se pasean haciendo escándalo por mi piel hinchada.
Escribo la palabra “puerta” y aparece un viejo sentado frente a una puerta de madera oscura. El anciano lee un libro que se le escurre de las manos, da la vuelta a las páginas y se sonríe como si comiera golosinas. Parece un hombre de más de 100 años, encorvado y con la carne suave pegada a los huesos. Se voltea y se asombra, como si encontrara en mi rostro algo maravilloso.
“Pensé que ya no vendrías”.
El anciano se cuelga de mi cuello como un bebé y se me resbala, dividido en tres, por el cuerpo mojado.
Me recuerda al único sueño fértil que he tenido, en él abracé tres bebés anfibios atigrados en un pozo en la casa de mi abuela; fue un día que fui reptil.
Borro la palabra “puerta” y el hombre da un alarido. Se arrastra con una lupa en la mano y llega hasta mi cara.
“Me reconoces”.
“Llevas años en mi recuerdo”, le digo.
El anciano olisquea el espacio en el que se encuentra y piensa cómo podrá salir de allí. Lo veo rascarse la cabeza, dar golpes en lo blanco, saltar y gritar más fuerte que el grito: “Mujer, regrésame mi puerta”.
Escribo la palabra “amor” y aparece una mujer fumando frente a un cuadro que dice “bésame”.
La mujer deja escapar oes de humo que chocan una y otra vez con el cuadro. Luego de varios minutos, el espacio blanco se llena con oes de humo chillonas.
La mujer raja con un cuchillo el centro del cuadro vacío, mete la mitad de su cuerpo por el agujero. El tiempo se detiene. Sus piernas desnudas con zapatillas rojas quedan suspendidas iluminadas por una lámpara de sol.
Llevo horas pensando qué otra palabra escribiré.
Dentro de mí comienza a formarse la letra “a” y pronto escribo la palabra “algodón” y entro al sueño de la mujer y el anciano.
Ella se mueve presurosa por una biblioteca que se pierde en un punto negro. Saca de entre los libros un líquido que guarda en una jarra de cristal transparente. Lleva el líquido a la recámara-acuario del anciano y lo vierte.
Él flota rodeado de aparatos electrónicos y libros que se diluyen ya en el agua. Y se mueve de un lugar a otro prendiendo sus dispositivos. La mujer sigue con su labor, pero no suelta el cigarro que se sostiene de su labio inferior.
—¿Está bien la temperatura, amor?
El hombre la ve con hartazgo. La mujer continúa extrayendo el líquido de los libros; mientras el hombre gruñe y prende aparatos nuevos. Cuando se cansa chifla muy despacio y se forman objetos con el aire en el fluido. La mujer aplaude con una gran sonrisa ante cada aparición.
El hombre duerme mientras la mujer le araña la espalda. La recámara pronto está llena de luz que le sale a ella por los oídos. Una corriente la arrastra lejos del anciano que dice muy sordamente: “Sálvame”.
La mujer me voltea a ver con ojos de súplica. Yo la recuerdo vagamente. Tiene las pupilas parecidas a las mías. Algún día fuimos de paseo y comimos un helado en la plaza. La llevé al cine de la mano.
El anciano le arranca los senos a mordidas. Cuando escupe la carne en el agua, ella ríe, mueve los delicados pies y dice suspirando: “Regrésame mis flores, tú no me amas”.