Perdí la vista desde la primera noche que dormí en Parán, por eso vine aquí.
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Se abre el pecho a una luz interior. Cae las zarzarrosas y el ruido de la caída es un polvo minúsculo. Alguien escucha la devastación y yo vuelvo a la cama con panteras y cuervos. Sueño que he soñado. He soñado que soñé. Soñaré que soñé que he soñado que sueño. Cae la noche como una serpiente entre la maleza. Callo. Cayó el silencio en forma de anguila. Se cierra la noche en el ojo de una aguja, se caliente la punta en medio de la mirada. Vine a Parán.
La única noche existente. El inicio. Un camino de sirga. Noche adentro, tierra adentro. Mar adentro. Todo es extraviarse en la inmensa negrura. Viajar hacia el final de la noche, tener espasmos visuales, contracción de tórax, convulsión del lenguaje para descifrar y describir lo nunca antes visto. Se escapa la tarde entre los ijares del tiempo.
Nadie entra. El mundo se ha detenido a medio andar. Algo cae, la zarzarrosa; las uvas se vuelven vino: el tiempo avanza y se consume. Hay coágulos, hay sangre acumulada en la boca de los mudos y golpe de oído en los sordos.
Es de noche, es la última fuerza que arranca excrementos a las aves que no vuelan, que han olvidado que pueden hacerlo. Mi mirada es esa ave ante el abismo.
Es Parán. El reptil que se traba el paisaje, un caimán dormido en medio de la llanura. Repta, no avisa cuando devora y se traga la noche completa, de un bocado, lo mismo que la boa engulle al azabache que ya no relincha.
Llego de nuevo a Parán, las proximidades de un dolor, el vicio que se agolpa, la presión que eleva la sangre hasta golpear con las paredes de las venas, el río subterráneo de aguas pútridas. Parán o el ojo ciego. Parán y el ojo ciego. Parán y un sol, el único sol en medio del mundo, el sol con su eclipse, el movimiento de rotación. Parán y la navaja que traza un corte de sangre, el corte oblicuo de la sangre.
Cae el silencio de las bocas desdentadas.
Perdí la vista desde la primera noche que dormí en Parán, por eso estoy aquí.
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Hombre tras hombre, desde Caín y Abel, desde Abraham y Noé, Parán ciega a sus hombres. Las generaciones amagan el éxodo, pero los pozos los persiguen, la caída al túnel entre la hojarasca.
Parán se erige como Comala. Parán rompe la luz y hunde el fuego sobre la tierra quemada de la tarde.
Hijos de los padres; nietos de los abuelos; hombre tras hombres, en hileras, al abismo; hacia la cuna materna que es la muerte.
Nadie parte de Parán. Las mujeres crían hijos ciegos, en sus vientres almacenan toda la ceguera que acompaña a los recién nacidos, oscurece el cordón umbilical que lleva la ceguera a cuestas.
Parán rompe la luz. Quiebra el sol. Fisura la mañana en medio de la primavera.
Perdí la vista desde la primera noche que dormí en Parán, por eso estoy aquí.
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Llegué a Parán y no he salido ni saldré. Estoy y sigo. Vivo y muero todos los días.
“Las mujeres crían hijos ciegos, en sus vientres almacenan toda la ceguera que acompaña a los recién nacidos”.
“Parán se erige como Comala. Parán rompe la luz y hunde el fuego sobre la tierra quemada de la tarde”.
“Hombre tras hombre, desde Caín y Abel, desde Abraham y Noé, Parán ciega a sus hombres”.