Benjamín Labatut, un narrador destacado de América Latina

Un verdor terrible

Benjamín Labatut, un narrador destacado de América Latina

Un verdor terrible
Benjamín Labatut, un narrador destacado de América Latina

En el momento en que escribo esto, el escritor chileno Benjamín Labatut está presentando en la librería Rosario Castellanos, del Fondo de Cultura Económica, su más reciente novela: Maniac, la cual es, grosso modo, la biografía ficticia del matemático húngaro-estadounidense John von Neumann, a quien el propio autor considera el ser humano más inteligente del siglo pasado.

El dato es meramente anecdótico para cuando usted, lector, lea esta colaboración. No así, el nombre de Benjamín Labatut, acaso el narrador más potente que tiene Chile en este momento, desde Roberto Bolaño. Y no es exageración, sino simple justicia que como lector hago a la obra de este chileno.

En este texto no hablaré de Maniac, novela que aún tengo pendiente por leer, sino por la obra anterior del escritor: Un verdor terrible, libro de cuentos que persigue, entre la ficción y la biografía, a científicos que se vieron sometidos por la locura debido a sus mentes brillantes o bien, a descubrimientos hechos por ellos, con base en estudios que consideraron como extremadamente peligroso para la humanidad.

El nombre de este título hace referencia a ese humo verde que despiden ciertos químicos y que fueron utilizados para la guerra. Desde ese momento, donde el detonador pone de manifiesto un conflicto bélico, la integridad de su inventor y una prosa ágil, como lector no queda más que terminar la lectura.

Por cada una de estas páginas se muestran descubrimientos reales que forman una retahíla perturbadora: el primer pigmento sintético moderno, el azul de Prusia, creado en el siglo XVIII gracias a un alquimista que buscaba la pócima de la vida mediante crueles experimentos con animales vivos, se convierte en el origen del cianuro de hidrógeno, gas mortal que el químico Fritz Haber, padre de la guerra química, entre otros muchos temas. 

El libro se compone de los relatos “Azul de Prusia”, “La singularidad de Schwarzschild”, “El corazón del corazón”, “Cuando dejamos de entender el mundo”, Prefacio (1. La noche de Heligoland/ 2. Las olas del príncipe/ 3. Perlas en los oídos/ 4. El reino de la incertidumbre/ 5. Dios y los dados) y Epílogo. 

Una de las características de la obra de Labatut es la economía del lenguaje, la aparente aridez de su prosa, breve y sin demasiadas descripciones:

 

Es una peste vegetal que se esparce de árbol en árbol. Implacable, silenciosa, invisible, es una podredumbre oculta, escondida de los ojos del mundo. ¿Brotó de la tierra más profunda y oscura? ¿O acaso fue traída a la superficie por las criaturas más insignificantes? ¿Un hongo, quizás? No, viaja más rápido que las esporas, se cría dentro de las raíces de los árboles, anida en sus corazones de madera. Es un demonio antiguo, reptante. Mátenlo. Mátenlo con fuego. Quémenlo y mírenlo arder, sacrifiquen todas esas hayas infectas, abetos y robles gigantes que han resistido la prueba del tiempo, sus troncos mutilados por las mandíbulas de un millón de insectos. Todos muriendo ahora, enfermos y moribundos, agonizando de pie. Déjenlos arder y miren sus llamas lamiendo el cielo, o de lo contrario ese mal consumirá el mundo, alimentándose de la muerte, devorando el verde vuelto gris. Callen ahora. Escuchen. Escuchen cómo crece.

 

Un verdor terrible es, a su manera, una oda al ecoterror literario, con la base en las ciencias exactas y sus protagonistas, un poco como lo que hicieron Fernanda Trías con Mugre rosa y, en ciertos momentos, Samantha Schweblin, con Distancia de rescate.

Lo que logra Labatut con este libro es crear un universo perverso, lleno de secretos inconfesables, de una locura genial, donde une la literatura y las matemáticas, la física, la química con el cordón umbilical del enigma ante lo desconocido, que es capaz de asombrar gracias al oficio narrativo. 

En entrevistas, Labatut ha reconocido que libro podría considerarse inclasificable dentro de la literatura, pues si bien son cuentos, algo los une a la manera de capítulos de novela.

El deseo que anima a la literatura es tan extremo como el que late detrás de la ciencia: el intento, fallido por principio, de poner el mundo en palabras, de darle una forma humana al caos de la experiencia. Pero la ciencia, a diferencia de la literatura, ha cobrado vida propia; es como si fuese otra mente, un sistema caníbal que opera por sí mismo, que se justifica con su propia lógica y se alimenta de sí.

 

Lo que me atrae tanto de la ciencia es que es —junto con el arte— un ámbito de lo humano que se sale de todos los límites, que no le debe lealtad a nada, y que rompe, casi sin miramientos, con lo que consideramos bueno y malo, moral e inmoral.

 

Para los alumnos del Colegio de Ciencias y Humanidades sería un excelente ejercicio de lectura y análisis literario entrar en el universo de este autor chileno, quien, reitero, se posicionará como uno de los más importantes dentro de América Latina.

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