La propuesta más ambiciosa de Netflix, que costó más de 320 millones de dólares, trae una historia de aventura, comedia y ciencia ficción que la crítica considera un total fracaso, pero ¿en verdad es tan mala?
En un mundo distópico donde los robots, que en un inicio fueron creados para servir a la humanidad, se rebelan, desatan una guerra y la sociedad cambia por completo. Michelle (Millie Bobby Brown), una adolescente marcada por la pérdida, conoce a Cosmo, un robot que la impulsa a buscar a su hermano.
En el camino se encuentra con Keats (Chris Pratt), un contrabandista, y con Herman, el robot que lo acompaña.
La película tiene un buen concepto: robots que experimentan un despertar de conciencia que provoca una guerra con los humanos al buscar los mismos derechos.
Por momentos, los robots parecen tener más humanidad que los propios humanos, y creo que ese es el mensaje: ¿hasta qué punto puede la sociedad deshumanizarse para su beneficio? Sin embargo, es una narrativa que hemos visto con frecuencia: robots contra humanos. Ese es el fallo de esta película, que parece una historia ya contada, recopilada de muchas otras de acción, volviéndola muy predecible y sin aportar algo realmente novedoso.
Además, a pesar de su elevado presupuesto, no logra ofrecer muchas escenas que lo justifiquen. Está más enfocada en el entretenimiento que en profundizar en los temas que se hablan, lo que la aleja de ser una propuesta arriesgada.
Pero no se puede considerar un total fracaso, tenemos que ver a qué público va dirigida y al que quiere alcanzar, tampoco olvidar que esta es una película comercial.
Lo más destacable son los robots, con un diseño que efectivamente los hace parecer salidos de los noventa. Este diseño, además de estar bien ambientado, resulta visualmente agradable, lo que hace que generes una conexión y en ciertos momentos sientas compasión por ellos.
Aunque sigue siendo una fórmula muy utilizada, al estar inspirada en una novela gráfica y dirigida por los hermanos Russo, no deja de ser una película de aventura entretenida.
Estado eléctrico no es una película profunda o reflexiva, sino una propuesta más comercial y ligera. Para disfrutarla basta con no tomarla demasiado en serio.
No será una gran obra, pero definitivamente vale la pena darle una oportunidad.