De las mini obras que conforman el universo teatral de Limbo, última producción de Teatro Isla de Próspero, y que se presentó en los cinco planteles del Colegio a lo largo del semestre pasado, Catorce mil pasos, de Octavio Barreda, permite el desarrollo de una dramaturgia personal en el proceso de adaptación. Así pues, la propuesta de Barreda se alejó de aquellos jóvenes amigos que buscaban el bien del otro en Capitalism 101 para convertirse en un texto que exhibe sin tapujos el poder del rencor y el deseo de venganza.
Esta pieza plantea el encuentro entre dos personajes: Mateo y Cristo, quienes después de un año de no verse, se citan en un parque a petición de Cristo. Mateo llega desconfiado, a la defensiva y dispuesto a descubrir cuáles son las intenciones de Cristo. Por el contrario, éste último se muestra carismático, platicador e incluso bonachón; pareciera que sus intenciones son legítimas y que solamente quiere reconectar con el antiguo amigo, argumentando que la razón para esta cita es que juntos caminen aquellos catorce mil pasos que les faltaron para cumplir el millón que se habían propuesto tiempo atrás.
Mateo no le cree, pues supone que Cristo no ha superado que él mantenga hoy en día una relación amorosa con Natalia, personaje que no vemos en escena, pero que, sabemos, fue novia de Cristo en el pasado. Sin embargo, toda la actitud de Cristo nos hace pensar que ha decidido olvidar ese desencuentro para reconectar con su amigo.
Charlan sobre el trabajo, y Cristo parece vulnerable cuando habla de su equipo de colaboradores, del crecimiento que su empresa ha tenido y de la apremiante necesidad que tiene porque alguien de confianza asuma el puesto de presidente de la compañía.
Así pues, luego de enterarse de que en la actualidad Mateo se dedica a realizar encuestas telefónicas, decide ofrecerle trabajo nuevamente y le pide que regrese a trabajar para él.
Entre un jugoso aumento salarial y una mano que se extiende hacia él en señal de tregua, Mateo acepta ilusionado, pero al querer cerrar el trato extendiendo su propia mano hacia la de Cristo, éste la retira, momento en el que se gesta el cambio de tuerca.
Cristo saca su teléfono e insta a Mateo para que le llame a Natalia, a fin de que le dé la noticia de su regreso a la empresa. Cuando Mateo empieza a sospechar, Cristo le revela que Natalia ya se ha encontrado con él y que ha aceptado ser la nueva presidenta de la compañía. Mateo no sabe qué hacer, se sabe traicionado, pues no tenía idea del encuentro entre su pareja y Cristo. Como estacada final, Cristo le aclara a Mateo que la posición que le ofrece a él es la de intendencia. A pesar de que inicialmente Mateo siente el deseo de golpear a su –ahora, abiertamente– enemigo, su desconcierto es tal que lo deja ir mientras observamos cómo se refugia en su celular para llamar a Natalia.
La dramaturgia de Barreda es sólida, vertiginosa y divertida. La historia es al mismo tiempo verosímil y desgarradora, pues ninguno de los personajes sale victorioso. Mateo es traicionado, y aunque se refugie en una llamada que intenta realizar a Natalia con la esperanza de que ella desmienta la situación, sabemos que ha perdido; por su lado Cristo sale de escena con paso triunfante, pero el público sólo ve a un hombre cuyo deseo de venganza lo ha consumido. Así pues, la derrota que vemos ante nuestros ojos es compartida. Quizá lo más triste de esta ficción es que ninguno de los personajes se da cuenta de su tragedia.
A nivel escénico esto queda muy claro en las actuaciones que hace Barreda de Cristo y Netzahualcóyotl Soria de Mateo, pues sus personajes quedan flotando en el aquí y el ahora, sin darse cuenta de cómo es que llegaron ahí.
Esta sencilla pieza ha divertido a nuestros grupos de estudiantes, pero me parece que somos los adultos quienes más podemos identificarnos con la situación, pues la obra pone en evidencia cómo las pequeñas victorias que se obtienen a través de la “dulce venganza” llevan consigo la pesadez de una amargura profunda causada por heridas que no hemos logrado sanar.Al terminar la presentación resulta inevitable cuestionarse cuánta vida hemos invertido por la efímera satisfacción que nos puede dar nuestro ego reconstruido. Y entonces, la escenificación triunfa cuando nos preguntamos ¿es la venganza realmente una victoria?