A inicios del siglo XX se realizó una adaptación libre al cine del clásico de Drácula, de Bram Stoker, novela que introdujo a los vampiros a la cultura popular. Debido a los problemas con los derechos de autor, Drácula fue rebautizado como Nosferatu y ciertos personajes/escenas fueron re-imaginadas. De este modo nació el segundo vampiro más popular de la historia, Nosferatu, instalándose en un contexto artístico que se conoció como expresionismo alemán.
Poco más de un siglo después, la reinvención de Drácula encontró una nueva voz con Robert Eggers, uno de los cineastas del terror más importantes en los últimos años. La nueva identidad de Nosferatu se caracteriza por un trabajo impecable de cámara y fotografía que logran una ambientación única para el terror.
Por otro lado, destacan las actuaciones, especialmente Lily-Rose Depp que comienza a popularizarse después de esta actuación más que destacable, tanto ella como sus coestelares se entregan plenamente a sus personajes en cada escena. Es impresionante ver el rango corporal y facético de Lily, especialmente al destacar que todas sus expresiones son completamente reales.
El terror de Eggers es bueno, tétrico y se entrega plenamente a la visualidad incómoda lo que lo hace impactante. Constantemente, Nosferatu, ataca visualmente al espectador y no se limita por ningún motivo, aunque este espectáculo poco a poco se diluye con el pasar del filme, en especial, porque las situaciones en momentos terminan siendo repetitivas y si bien la trama siempre deja en claro que las experiencias con el vampiro no son un sueño, el uso desmedido de los personajes despertando después de lo ocurrido hace que la cinta pierda ritmo, especialmente en el segundo acto y poco a poco se vuelve tediosa, hasta el punto de que las imágenes incómodas dejan de serlo.
Lo repetitivo de la historia termina eclipsando muchos de los aciertos que durante el primer acto destacan. No saber qué imágenes surrealistas vivían en el sueño y la constante ambivalencia con la realidad son un elemento intrigante pero que rápido pierde interés por lo ya mencionado, un buen ejemplo es cuando Thomas ve el ritual que realiza la gente del pueblo, es emocionante, retorcido, tétrico y el hecho de no entender qué fue real y qué no lo mantiene como un enigma interesante.
El diseño del monstruo si bien es más elegante y menos aberrante que el original, pierde mucho al quitarle lo icónico al personaje y darle un look menos “monstruoso”, aún así uno de los aciertos es el mismo cuerpo de Orlock, que es alto, corpulento, que asemeja a una bestia y da la sensación de ser extremadamente fuerte.
Sin embargo, en unos años no recordaremos el diseño de este Nosferatu, pero como pasa en muchos remakes, siempre recordaremos la icónica caracterización de 1922. Lo mismo pasa con las imágenes de Eggers, que si bien nunca esperamos lo contrario, sus imágenes comunes, arraigadas al cine industrial actual nunca serán tan icónicas como la dirección expresionista alemana que guarda un lugar especial en la historia del cine.
Si bien la adaptación de Eggers es buena, está claro que Nosferatu siempre estará a la sombra del verdadero Nosferatu. Dudas y sugerencias a: luis@cchfilmfest.com