Un gesto de cordialidad en la relación entre individuos es darnos el mejor trato que cada uno merece. Cuando invitamos a alguien a casa procuramos que nuestro huésped se sienta a gusto.
La hospitalidad es una expresión magnánima y generosa, de hacer sentirse como en casa. En reciprocidad, se respeta y se cuida el espacio compartido y es una forma de agradecimiento.
El cuidado de la casa requiere orden y limpieza, pues ello propicia un espacio más cómodo y agradable, pero también demanda una atención constante de quienes ahí habitan y de lo que ocurre al interior.
Los seres vivos habitamos una misma casa y ésta nos ofrece desde maravillosos paisajes y lugares, hasta sus flores, frutos y todo cuanto surge de la tierra.
La palabra griega ecos significa “casa” y es el lexema etimológico para economía y ecología, es decir, tanto del estudio de nuestra casa, llamada planeta Tierra, como con la forma en que nos hacemos llegar y administramos lo que de ella tomamos.
El término “humano” proviene de la palabra humus, es decir, “tierra fértil”. Compartimos el mismo planeta y cada una de nuestras acciones tiene impacto en este hogar.
Cuando nos referimos a medio ambiente como el espacio que nos contiene y posibilita la existencia de la vida, suponemos tener una relación de la que nos podemos servir.
El concepto de naturaleza se escapa de las manos por ser polisémico, pero lo usamos como lo opuesto a lo humano, al artífice, la técnica y la cultura; es como si nosotros no fuéramos parte de ella.
Reflexionar sobre la naturaleza
Pensar que la naturaleza a la que nos dirigimos es fuente de recursos naturales inagotables es una afirmación equívoca, pues desde el momento en que intervenimos en ella, alteramos sus ciclos y su orden.
Podemos dar por sentado que es ineludible no intervenir en ella, pero sí podemos reflexionar desde cómo la nombramos, pues ahí se da la relación que tenemos.
En ¿Qué significa pensar? (2005), Heidegger nos invita a considerar que nos hemos dedicado a actuar, pero este actuar llama al Ser desde la pura técnica, cuando quizá sea necesario dedicarnos a pensar en aquello que debe ser pensado, es decir, lo que merece ser pensado.
Sin duda, en el impacto de la intervención humana y en la rectificación debería darse ante esta tendencia de devastación ecológica. Es innegable la crisis ecológica.
Aunque está en discusión esta categorización, hoy se ha dado por llamar a nuestra era el antropoceno (Paul Crutzen, químico neerlandés ganador del Premio Nobel de Química en 1995) para designar una nueva época geológica caracterizada por el impacto del hombre sobre la Tierra que se inicia con la industrialización en que la humanidad llega a poseer la capacidad técnica para modificar el planeta (Puleo, 2019 ).
Esto ha traído consigo la pérdida de la biodiversidad, el deterioro ambiental y la extinción de muchas especies.
La visión antropocéntrica
Lo cierto es que la visión antropocéntrica ha justificado la sobreexplotación de los recursos y la intervención humana se está volviendo en contra de todas las demás manifestaciones de vida y los ecosistemas.
Otra vertiente para pensar en nuestra relación con la casa que habitamos es el ecofeminismo.
Éste se ha criticado por su fundamentación esencialista en el que pone a la mujer como protagonista del cuidado por antonomasia, con lo cual se sigue cargando la responsabilidad del cuidado en las mujeres.
También hay un tipo de ecofeminismo que precisa que estas tareas le han sido encomendadas o impuestas a la mujer por un orden cultural, por lo que podemos modificar y ampliar la tarea de cuidados a toda la humanidad.
A decir de Puleo, “la causa de la subordinación universal de las mujeres radica en el hecho de que son encargadas de las funciones primordiales de mediación entre la Naturaleza y la cultura”.
Señala: “la palabra ecofeminismo todavía provoca desconfianza y rechazo en numerosas feministas, porque se le asocia con la tendencia a identificar a las mujeres con la naturaleza y la maternidad”, pero si algo nos aporta es el cuestionar la insaciable voluntad de dominación que ha traído consigo una crisis ecológica y que en miras de una obsesión por producir, desprecia a los animales al considerarlos un medio en una visión antropocéntrica.
Como sea, es necesario sensibilizarnos sobre la relación que tenemos y deberíamos tener con la naturaleza. Para Adela Cortina (2017), somos seres predispuestos a cuidar de nosotros mismos y de otros, como un mecanismo de evolución configurados en la moralidad.
Los seres humanos, como el resto de los mamíferos, necesitan ser cuidados por otros, porque somos extremadamente vulnerables.
Debemos extender esta acción del cuidado o al menos a empezar a pensar en cómo hacer de esta gran casa un hogar para todos.
*Profesora del plantel Azcapotzalco.
Fuentes de referencia
Aronofsky. (2013). Madre, Paramount Pictures.
Cortina. (2017). ¿Para qué sirve realmente…? La ética. Paidós
Heidegger, M. (2005). ¿Qué significa pensar?
Miyazaki, H. (2019). La princesa Mononoke. Studio Ghibli.
Trotta Puleo, A. (2019). Claves ecofeministas. Plaza y Váldez.