Quizá una de las problemáticas más antiguas de la humanidad que ha motivado la reflexión, la curiosidad intelectual y la búsqueda de respuesta desde distintas áreas del pensamiento es el problema de la mortalidad humana, es decir, la preocupación ante la muerte.
Los seres humanos, al reconocerse a sí mismos como sujetos de carne y hueso -tal y como los define Miguel de Unamuno-, sienten, piensan, sueñan y viven como individuos insertos en un contexto particular, albergan en su interior una preocupación ante la muerte, ante su eminente y clara mortalidad.
Lo que realmente preocupa a los seres humanos es la no existencia, la anulación de la conciencia, el no-ser; esta conciencia de la no existencia es lo que causa agonía y desesperación.
En ese sentido, esta preocupación y, en muchas ocasiones, ese temor hacia la muerte se refleja en la búsqueda de la inmortalidad, a saber, en el anhelo constante por existir.
El ser humano procura y ansía ser eterno, pero la razón le dice que ese deseo no es posible de satisfacer; sin embargo, los deseos más profundos de su corazón -de su ser- le gritan una y otra vez que busque, que no deje de buscar hasta alcanzar ese anhelo de inmortalidad.
Diversas han sido las disciplinas que han analizado, investigado y reflexionado sobre esta preocupación humana, de manera específica sobre cómo satisfacer nuestro anhelo de inmortalidad.
Una de estas formas de pensamiento ha sido la religión. Las diversas religiones del mundo han tratado de dar una respuesta ante la preocupación humana ante la muerte.
Una de estas religiones ha sido el cristianismo, el cual surge de dos vertientes espirituales: la tradición judía y la tradición helénica. Ambas se inclinan por la creencia de la existencia de la inmortalidad del alma o, por lo menos, reflexionaron sobre esta posibilidad.
En el Antiguo Testamento de la doctrina cristiana no aparece claramente la vida o la creencia después de la muerte. Es hasta la inclusión de la figura del hijo de Dios, de Cristo, que encontramos la creencia en la resurrección, la cual implica la inmortalidad del cuerpo y el alma; es la permanencia del ser y de la conciencia.
Respecto a esto, muchos pensadores y pensadoras han considerado que las diversas doctrinas religiosas son las que más esfuerzos han hecho para dar una solución al problema de la mortalidad-inmortalidad humana, sin embargo, dichas soluciones no son suficientes o satisfactorias dado que no existe ninguna evidencia empírica que respalde que la fe en Dios es aquello que las mantiene a flote.
Asimismo, la filosofía también ha contribuido en la reflexión acerca de este problema inherente a la humanidad y tampoco ha podido encontrar piso firme para tener una respuesta última y acabada.
La filosofía materialista niega la existencia del alma, dado que dicha teoría afirma que lo único susceptible de existencia son las entidades materiales o físicas susceptibles de corroboración empírica.
Desde el panteísmo tampoco se puede encontrar una respuesta satisfactoria. Decir que todo es Dios, significa que nada lo es; del mismo modo, decir que en este mundo todo es Dios, al morir el ser humano la conciencia regresa a Dios, por lo tanto, no tendría sentido hablar de la inmortalidad del alma, pues la conciencia tendría el carácter de ser imperecedera.
Como podemos ver, tampoco desde la filosofía podemos encontrar una respuesta ante esta problemática.
Aunque no hemos podido encontrar una respuesta satisfactoria ante el anhelo de inmortalidad, finalmente nos queda decir que en el ser humano existe una absoluta dedicación al eros, a la conservación y constituye la esencia de esta vida en la Tierra.
Siguiendo a Ernest Becker, el ser humano desea como cualquier organismo sobrevivir y disfrutar del simple placer de estar vivo.
Como una respuesta a sus anhelos de inmortalidad, ha construido sistemas y símbolos culturales que lo impulsan a trascender a ser significantes siendo la “cultura” el alter-organismo más durable que fundamenta no sólo a nuestra existencia, sino también nos ofrece un significado inquebrantable a la creación misma de todo aquello que nos constituye como humanidad.
*Profesora del plantel Oriente