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¿Cómo había llegado aquí?

La criatura que lo arrojó, sin duda, era descomunal

¿Cómo había llegado aquí?
La criatura que lo arrojó, sin duda, era descomunal

Cuando desperté había un huevo gigante y blanco en el centro del jardín. Eran las dos de la mañana, las luces de los departamentos estaban apagadas, el aire soplaba fresco y formaba remolinos de tierra y basura.

“¿Cómo había llegado aquí el huevo?”, me pregunté. Evidentemente había caído en este lugar. Se veía un cráter a su alrededor. La criatura que lo arrojó, sin duda, era descomunal y asumí que volaba, porque no se veían rastros de que algo estuviera roto o pisoteado.

Muy pronto se encendieron las luces de los departamentos y los vecinos curiosos estaban colgados de sus ventanas tomándole fotos al huevo gigante y blanco.

Helicópteros del Ejército sobrevolaban la zona. La euforia y el miedo se alcanzaban a ver en los rostros iluminados por las luces artificiales.

El huevo comenzó a crujir y se escuchó un grito general sofocado. Una grieta negra se formó en la cáscara y, al caer el primer pedazo, se rompieron los muros y los cristales de varios pisos de departamentos.

Algunas personas corrían sin control, al tiempo que otras grababan con sus celulares lo que estaba sucediendo.

El polvo de los escombros apenas permitía ver el interior del huevo, cuando una pata cobriza se estiró y salió al exterior.

Al caer el resto de los muros de calcio, se rompieron bardas, árboles y se pulverizaron dos casas completas.

Se escuchó un aullido agudo y un ojo más grande que el ventanal de mi departamento me miró fijamente. Yo había permanecido casi sin expresión y ahora estaba paralizada, con la mano en el vientre bajo.

Sentí un viento pegajoso, tibio y pronto un impulso hacia lo alto.

Las nubes estaban a mi alrededor y escuchaba el mismo chillido multiplicado en torno mío. Reposaba sobre una superficie de plumas abigarradas y apenas alcanzaba a ver las orillas del animal que me llevaba en el lomo.

Había otras personas que, como yo, estaban tumbadas sobre el plumaje y se oía un sollozo que iba en aumento.

Me costaba trabajo respirar. El animal se elevaba cada vez más y vi los jardines de toda la ciudad con huevos blancos del tamaño de edificios que se abrían como flores.

Vi también cómo su interior se elevaba con aullidos brillantes. Los edificios estaban en llamas. El viento era ahora pesado y oscuro. Atravesamos carreteras, montañas y valles.

Paramos, después de unas horas de vuelo, en un acantilado frente al mar. Nos pusieron en un círculo dorado. Éramos miles, insignificantes para aquellos que nos habían traído. Los animales se formaron como espíritus colosales frente al sol rojo y espumoso que surgía del mar.

Veíamos a las criaturas que se movían rítmicamente como un solo ser. La playa era una alfombra emplumada. Y el grito común de las bestias abrió el mar en dos y se hizo un pasadizo con muros de agua. Los seres entraron en el azul, parecían monjas colosales caminando hacia una tierra prometida.

Me di la vuelta y vi a los otros hombres hipnotizados, con la certeza de estar presenciando el final. Yo misma estaba segura de eso.

Me senté al borde del círculo dorado, mientras continuaba el desfile de seres hacia el centro de la Tierra.

Estaba embarazada y recordé que había imaginado otro lugar para que naciera mi bebé.

Ahora mi vientre era una cueva caliente y el embrión flotaba diminuto, ajeno a la destrucción y la soledad. 

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