De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la violencia se define como el uso intencional de la fuerza o el poder, ya sea en nivel de amenaza o efectivo.
La violencia puede ser contra uno mismo, otra persona, un grupo o comunidad, que cause o tenga múltiples probabilidades de provocar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones.
Además, puede manifestarse de diferentes formas, como interpersonal, autoinfligida y colectiva, y puede presentarse en cualquier entorno social.
El Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) en México define la discriminación como toda distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en el origen étnico o nacional, sexo, edad, discapacidad, condición social o económica, condiciones de salud, embarazo, lengua, religión, opiniones, preferencias sexuales, estado civil o cualquier otra, que tenga por efecto impedir o anular el reconocimiento o el ejercicio de los derechos y la igualdad real de oportunidades de las personas.
En ese sentido, las prácticas restaurativas forman parte de un enfoque de trabajo comunitario centrado en sanar el daño causado por cualquier conflicto presentado dentro de una comunidad.
Su objetivo es priorizar la reparación, reconciliación y garantías de no repetición de la acción u omisión de violencia y/o discriminación, por encima del castigo punitivo.
Además, se basan en los principios de responsabilidad, reparación y participación de todas las partes afectadas, incluyendo tanto a la persona en situación de víctima, como al ofensor y a la comunidad, con la finalidad de proteger los derechos humanos y la igualdad de todas las personas.
Las prácticas restaurativas buscan abordar las causas subyacentes del conflicto para promover la restauración de las relaciones entre las personas afectadas, así como del tejido social.
Asimismo, es un intento por transformar el conflicto desde una mirada no siempre negativa, sino verlo como un motor de cambio dentro de las comunidades.
De esta forma, lo restaurativo es trabajar con las personas, a través de un enfoque ético-práctico que se alimenta de múltiples disciplinas, como derecho, filosofía y sociología, psicología, entre otras.
Pueden definirse como un modo de vida que pone en el centro de nuestro actuar tres puntos centrales: respeto, relaciones igualitarias y responsabilidad. Asimismo, son acciones en favor de la resolución de conflictos, la impartición de justicia y la convivencia cotidiana.
Dentro de las acciones que podemos implementar en nuestras comunidades del Colegio de Ciencias y Humanidades está la creación de espacios de escucha entre sus miembros para detectar necesidades e intereses de prevención de las violencias, realización de entornos de cuidado dentro de las comunidades y el diálogo equitativo y respetuoso de la dignidad de las personas.
Algunos ejemplos de prácticas restaurativas incluyen acciones proactivas como círculos restaurativos o reuniones estructuradas, donde las personas afectadas por un conflicto se reúnen para dialogar abierta y constructivamente sobre lo sucedido para explorar las causas subyacentes y buscar soluciones comunes, reparación y garantías de no repetición.
A esto se suman las prácticas responsivas como mediación para facilitar la comunicación entre las personas involucradas en el conflicto; además, puede incluir encuentros, conferencias, círculos de paz o círculos de sanación.
Otro aspecto son las prácticas reintegrativas, como círculos para reincorporación de ofensores, programas para trabajar con hombres que ejercen violencia desde un enfoque de masculinidad igualitaria.
Por último, las prácticas restaurativas, idealmente, deben centrarse en la prevención de las violencias y la discriminación a través de habilitar el dialogo equitativo, constructivo y respetuoso entre las personas inmersas en una situación que les ha afectado, tanto a personas en situación de víctima, personas ofensoras y la comunidad a la que pertenecen.
* Profesora del plantel Sur.