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Son los caminos de la paz

Especialistas evocan la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo, de 1977

Son los caminos de la paz
Especialistas evocan la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo, de 1977

Sandra Lorenzano, académica de la Facultad de Filosofía y Letras; José Edelstein, de la Universidad de Santiago de Compostela, España; y José Gordon, novelista, ensayista y periodista cultural, bajo la moderación de la filósofa y comunicadora de la ciencia, Gabriela Frías Villegas, transitaron en diversos escenarios donde se pudo constatar el vínculo estrecho que conlleva la literatura y la ciencia, pero con el enérgico llamado a una justicia que abone por los derechos humanos perdidos.

Lo anterior fue parte de las actividades del “Primer Encuentro Literatura, Ciencia y Derechos Humanos: Los caminos de la paz”, coordinado por Carmen Martínez Adame, Gabriela Frías Villegas, Ismael Eslava Pérez e Iris Liliana Flores Casiano y con el apoyo del programa PAEP y del Posgrado en Filosofía de la Ciencia.

A través del ejercicio dialógico, los ponentes trajeron a la conversación aquello que ha dado sentido a la lucha y búsqueda encarecida de los nietos de las Abuelas de Plaza de Mayo, en Argentina, y de cómo este acontecimiento ha dado un vuelco positivo, cuando parecía ser un hecho consumado, al intervenir la ciencia.

Sandra Lorenzano recordó el camino andado por las octogenarias para encontrar a cada uno de sus hasta ahora 133 nietos, donde cada encuentro es una fiesta de los derechos humanos; una labor que ha estado acompañada de la ciencia también al sumarse a la búsqueda especialistas forenses y antropólogos para poder identificar después de más de cuatro décadas a quienes les anularon su identidad.

También trajo al presente la historia de una chica que, en uno de los momentos de desarme de los grupos guerrilleros paramilitares en Colombia, quería trabajar un taller de poesía con aquellos adolescentes que habían sido guerrilleros o víctimas, en lo que fue uno de los muchos procesos de paz.

“La joven leía y leía, pero no encontraba la forma de conectar con los chicos, hasta que llevó un día los Heraldos negros, de César Vallejo, y ahí a uno se atrevió a contar lo que él había vivido”.

Compartió el pasaje protagonizado por María Zambrano, exiliada española y Premio Cervantes, quien refirió, en su momento, el encuentro con Antonio Machado, con su último verso antes de morir: “Estos días azules y este sol de la infancia”. La poesía como equipaje fundamental, como talismán frente a la muerte, como lo refirió el poeta Raúl Zurita sobre lo escrito por el escritor Robert Desnos en sus últimos días en un campo de concentración.

Sobre esto último, consideró Sandra Lorenzano que es en las historias que guardan los libros, en la palabra poética, en la infancia donde quizás estén las salidas del laberinto del dolor, del desamparo y la desmemoria. Sigo pensando hoy en pleno siglo XXI que la palabra literaria nos transforma, la que está en los libros, pero también de la oralidad, en los cuentos que pasan de generación en generación en ellas se entreteje lo individual y lo colectivo, la estética y la ética, la memoria y el futuro, nuestras miradas y nuestros deseos.

José Edelstein retomó el caso de las Abuelas de Plaza de Mayo, para señalar que la ciencia hizo posible que un crimen, que era perfecto cuando se cometió, se develara, pues en las células de esos niños estaban las claves para encontrarlos.

Ciencia, literatura y derechos humanos son tres pautas conectadas de múltiples maneras, dijo, pero el tejido que uno puede hacer de ellas puede ser maravilloso u horroroso; igual que los usos de la ciencia, puede ser maravilloso, como restituir un nieto, y puede también generar un arma; el mundo es complejo.

En este sentido, recordó al físico y escritor Ernesto Sabato, persona que encierra en sí mismo estos elementos, a quien como muy importante en su vida, pero que hoy difiere en algunas ideas; él proponía la dicotomía entre el cerebro y el corazón, y ponía a la razón como herramienta que convierte al hombre, con toda su complejidad, en engranaje, en una gran máquina”, cuando la realidad tiene diferentes matices.

A propósito de un aniversario más de la bomba atómica sobre Nagasaki, se refirió al Proyecto Manhattan, el cual tuvo una particularidad: reunir científicos con un único objetivo, bajo este contexto, se cuestionó por qué un esfuerzo similar no se llevó a cabo para acabar con la pandemia; los laboratorios sabían que era un gran negocio y lo realizaron; pero ningún país emprendió un esfuerzo colectivo organizado para resolver la pandemia y esto nos debería hacer pensar, señaló.

En contraparte, compartió que se desarrolló un proyecto similar después de la Segunda Guerra Mundial, el cual fue gestado por una científica francesa, quien deseaba contribuir a reconstruir la Europa científica. Estableció una escuela, que fue la antítesis y antídoto del Proyecto Manhattan, el objetivo era educar a las nuevas generaciones de científicos para producir algo diferente.

Al respecto, José Gordon afirmó que la literatura hace que en vez de que la realidad se vea en blanco y negro, podamos contemplar diferentes posibilidades, pero el problema en el fondo tiene que ver con la ruptura entre cerebro y corazón, que me parece esencial lo que lleva a un problema de fondo por analizar: que tiene que ver con nuestros sesgos cognitivos y con la capacidad de entender cómo conocemos el mundo, cómo lo imaginamos y de qué se trata este desgarramiento entre lo que sentimos y lo que entendemos.

Este desgarramiento, detalló, “entre las alas del deseo que atisban otras realidades, están enfrentadas a un mundo duro donde no se cumplen los relatos que quisiéramos ver aunque estén consagrados en nuestras constituciones, aunque esté consagrados en los derechos humanos”.

 

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