Se encierra una dualidad en este tipo de procesos

Hallar saberes

Se encierra una dualidad en este tipo de procesos

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Se encierra una dualidad en este tipo de procesos

Las emociones dominan el mundo del conocimiento. “El corazón tiene razones que la razón no entiende”, sentenció Pascal, y en esta verdad radica el enigma de las emociones.

¿Qué papel desempeñan en el aprendizaje? ¿Las emociones son un factor de riesgo o una oportunidad para el conocimiento? Para adentrarnos en esta oscura y fascinante cuestión, requerimos acudir a los abismos de la mente y dejarnos guiar por el inagotable laberinto de las emociones.

Si nos aventuramos por los pasillos de la psicología, encontraremos teorías que afirman que las emociones son barreras para el aprendizaje. Se sostiene que la ira, el miedo o la tristeza obnubilan la mente y nos impiden procesar la información de manera efectiva.

Bajo esta perspectiva, las emociones se convierten en un factor de riesgo que amenaza nuestro avance cognitivo.

No obstante, en la paradoja el laberinto adquiere su verdadera complejidad. ¿Acaso no hay pruebas en la historia de grandes descubrimientos que surgieron de la pasión, del amor o incluso de la desesperación?

La experiencia humana está imbuida de emociones que actúan como catalizadores del aprendizaje, capaces de desatar el ingenio y la creatividad más profundos.

Jorge Luis Borges, el maestro de los laberintos literarios, también incursionó en este terreno ambiguo y enigmático; en sus relatos y ensayos exploró el poder de las emociones como fuentes inagotables de conocimiento.

Para Borges, las emociones son las hendiduras en el muro del mundo, por las cuales nos asomamos a la verdad oculta.

En el laberinto de las emociones encontramos la alegría, que nos lleva a abrazar la vida con entusiasmo, a explorar nuevos caminos y a conquistar horizontes insospechados.

También descubrimos el miedo, que nos incita a buscar protección, a cuestionar nuestras limitaciones y a desarrollar estrategias de supervivencia que nos permiten adaptarnos al entorno.

La tristeza, a su vez, emerge como un eco en el laberinto. Nos conduce a la reflexión, nos obliga a buscar el sentido detrás de las apariencias, a indagar en lo más profundo de nosotros mismos para encontrar respuestas. En la tristeza se esconde la semilla de la transformación y el renacimiento.

No podemos olvidar tampoco la ira, ese fuego interno que nos impulsa a luchar contra las injusticias, a desafiar las normas establecidas y a buscar un cambio en el statu quo.

La ira nos brinda el coraje necesario para enfrentar obstáculos y romper las cadenas que nos atan al conformismo.

En el laberinto de las emociones cada esquina encierra una dualidad. Si bien las emociones extremas pueden nublar nuestra razón y dificultar el aprendizaje, sin ellas nos convertiríamos en seres insensibles, desprovistos de pasión y curiosidad; cualidades necesarias para aprender, ensenar y generar nuevos saberes. Las emociones habitan el conocimiento.

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