Ha luchado durante semanas por leer un libro oscuro, difícil. Quizá le costó trabajo, porque El jorobadito y otros cuentos, de Roberto Arlt, es un volumen habitado por una legión de malditos, en el que la poesía y la prosa conviven como iguales.
Mi escribiente se dormía con el tomo entre las manos y se revolcaba en los brazos de su propio sudor sobre la cama; gritaba de dolor, de deseo, de angustia por demonios que ni siquiera le pertenecían.
Decidí leer ese libro que le causaba delirios. Alguien tenía que escribir este texto. Apenas me notó, mi presencia sólo dejó al libro un poco alborotado y mi escribiente vio surgir un texto de sus dedos enloquecidos. Sobre el teclado blanco y negro como un piano imaginó el pasado. Pero soy yo quien le escupe al oído este texto ya corregido y aumentado.
En un sueño, quien escribe, coloca a El jorobadito y otros cuentos sobre el suelo, vientre rosa de mujer, y lo ve crecer. Primero es un homúnculo y luego crezco yo. El libro es muro y membrana, los ladrillos son las células que vi alguna vez en el microscopio de joven: tabiques como cíclopes moviéndose. El muro vivo se alza sobre un cielo interminable de nubes y azul.
Mi escribiente se despertó gritando: “ya sé de qué va a tratar mi columna”; y comenzó a anotar versos, hilachos de historias sobre las paredes negras de su casa. Dice que hará el libro que no pudo hacer el escritor fracasado de Arlt en estos párrafos. Cuánto ego lo invade.
Mario Levrero y Onetti en sus libros reflexionan sobre el escritor, no sólo viéndose escribir que escriben, como Salvador Elizondo, si no desde la descripción de seres cóncavos, bichos agujereados y borroneados.
Arlt disecciona el cuerpo y el alma humana en relación con el mal y el fracaso. Dostoievski está presente en sus narraciones, igual que otros de los que tomó versos para cuestionar su validez, como este de Pessoa: “Sé que no soy nada pero no puedo resignarme a la evidencia”.
El escritor fracasado narra su amor retorcido por la lectura y la escritura, ya que publicó un único libro y después sólo pudo escribir fragmentos. Así decidió crear un grupo de fracasados, a los que convenció de que era mejor no escribir, ya que si no era excelente no valía la pena.
Hizo una carrera de su frustración y los que sí podían crear se inclinaban ante él. Toda una legión de resentidos, que no podían crear, pero que creían tener derecho a hacerlo, le siguieron.
El fracasado de Artl se vuelve crítico literario.
“El escritor fracasado” somos todos nosotros: vanidosos que escriben porque quieren dejar huellas en un mundo ocupado en lo estridente y fácil, dice Vargas Llosa.
El cuento de Artl relata la historia de un escritor que reflexiona y sufre por su condición, no puede escribir más y habla también del mundillo de las letras en la Argentina que recuerda al de nuestro país: una comunidad, en general, egocéntrica y envidiosa, pero sobre todo que tiene gustos y modelos literarios medianos. Así los best sellers y los libros periodísticos se vuelven el centro, incluso, en círculos académicos. Amamos lo fácil.
A los que mejor les va, pareciera, según el libro, son a aquellos escritores que imitan las formas cómodas y cuentan una historia noticiosa fluida, de preferencia de interés nacional o mundial. La crítica es básicamente inexistente y mucha de la que hay es mezquina y, paradójicamente, complaciente.
Quizá alguien se pregunta quién soy yo, pero saben muy bien mi nombre.
Referencia: Arlt, R. (2004). El jorobadito y otros cuentos. Losada.