LosInvasores

Una sociedad dividida

El autor cuestiona quiénes son los reales abusadores

Una sociedad dividida
El autor cuestiona quiénes son los reales abusadores

Hace unas semanas se hizo viral en redes sociales un video donde una joven mexicana presume las excentricidades de las propiedades de su familia: una mansión inmensa con jardines y carros de golf, objetos valiosísimos, además de una isla de “changuitos” y la posesión de jirafas.

La situación no se hizo esperar y varias personas reaccionaron indignadas ante la ostentación de la influencer.

Quizá esta reacción podría considerarse exagerada, si no fuera porque vivimos en un país con un 43.9 por ciento de la población en situación de pobreza, según Coneval, y sólo un 0.3 por ciento de población en riqueza económica.

En un país como el nuestro, no hace falta recordar que muchas veces posee esta riqueza tiene orígenes dudosos, a costa de sometimientos y sangre. ¿Es inválida la sensación de ofensa ante el acto de presunción?

No resolveremos esta cuestión aquí. Pero el caso nos recordó indudablemente a Los invasores, de Egon Wolff, dramaturgo chileno, nacido en 1926 y fallecido en 2016. En esta obra, nos muestra la llegada de Lucas Meyer y Pietá, su mujer, a su living de alta burguesía.

La pareja no tiene ni por asomo problemas en su economía, al contrario: nada de lo que les rodea es barato, ya que Meyer es dueño de una fábrica y dice ser capaz de comprarle el mundo a su esposa con tal de complacerla.

Pietá asocia estos 22 años de casada con Meyer a la felicidad, justamente por el hecho de que son: “Ricos… ricos… ricos… (…) Doce horas para llenarse la piel de sol… Y, en la noche, perfumes…”. Sin embargo, hay una pequeña sensación en Pietá, una duda: “¿Es sólido todo esto?”.

La pregunta viene con un temor, algo que ella considera casi como un presagio: ocurrió una serie de acontecimientos extraños estos últimos días.

Por ejemplo, en la Universidad de su hijo, el portero albino, uno al que le hacen burla llamándolo Gran Jefe Blanco (con el frío se le hinchan las articulaciones), quemó las chamarras de los estudiantes haciendo con ellas una pira en el patio, de modo que pudo calentarse las manos.

Renée, amiga de la familia y mujer de sociedad, estaba bailando con un muchacho de servicio, el garcon. Peor aún, esas sombras moviéndose por las calles, los “harapientos” que viven al otro lado del río, se estaban trepando al balcón de los Andreani.

Todo apunta a la duda que Pietá le dice a su esposo: “Tu fábrica… esta casa, no las hemos robado, ¿no es verdad?”.

Meyer intenta tranquilizar a su mujer, y pese a ir a dormir, la respuesta a esta inquietud parece llegar justo cuando vemos que al fondo de la puerta de cristal pasan unas sombras; entonces, una mano rompe el cristal y abre el picaporte.  Entonces llegan ellos, las personas del otro lado del río, los invasores.

El autor nos hace un planteamiento de contrastes; no sólo vemos una sociedad dividida entre unos cuantos ricos, los que viven en esta zona de mansiones y frivolidades; y los que viven allá, al otro lado del río, ya que estos últimos, vestidos de andrajos, con mugre y comandados por China, irrumpirán abruptamente en este mundo de ostentación, uno que pareciera que les fue arrebatado.

Meyer no podrá sacar a los invasores de su propiedad, pues resulta que China es hermano de un antiguo socio suyo, quien puso el capital y después de la inauguración de la fábrica se quitó la vida.

Una especie de culpa le impide poner límites a toda la serie de personajes que invadirán su mansión: dormirán en sus muebles, robarán su comida, harán fogatas en su jardín, fundirán los metales, incluyendo las joyas preciosas de Pietá, y las convertirán en armas.

En este mundo de planteamientos intelectuales, China logrará formar lo que parece el orden de una nueva sociedad, una donde la riqueza de unos cuantos no existe.

Wolff logra una atmósfera de angustia. ¿Es válido este nuevo sometimiento por parte de la gente del otro lado del río? ¿Quiénes son los verdaderos invasores? ¿La gente pobre, cuando intenta manifestar su descontento, o todos aquellos que abusan de su poder político o económico, sin importar la sangre en sus manos, con tal de obtener sus fines?

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