Juan José Arreola

Juan José Arreola

La única novela del autor se compone de fragmentos

Juan José Arreola
La única novela del autor se compone de fragmentos

La semana pasada escribí sobre uno de los libros de cuentos que más me han fascinado, El llano en llamas, de Juan Rulfo, a 70 años de su aparición en librerías. Mención especial también merece la única novela de otro jalisciense, Juan José Arreola, con La feria, que cumple 60 años de su publicación.

Ganador de Premio Xavier Villaurrutia con esta obra, Arreola continuó con su misma obsesión por la brevedad, pues La Feria se compone de más de 250 fragmentos, todos unidos argumentalmente con el hilo conductor del patrón de Zapotlán el Grande, pueblo de donde es originario el autor.

Al igual que lo hizo Rulfo en Pedro Páramo, donde Comala es el centro y protagonista de la historia, Arreola toma a Ciudad Guzmán (como ahora se llama Zapotlán) y toda la historia gira alrededor de este poblado, como un ser etéreo que atraviesa por la vida de los habitantes, entre colores, gritos, algarabía.

Novela oral y corifeo, casa voz de personajes van tejiendo y destejiendo la historia, como en una película donde la cámara hace paneos a cada rincón y describe los recovecos de la ciudad, la pone a dialogar con el lector y los personajes.

Con La feria, Arreola muestra la conexión que tiene con Jules Renard, pues, al igual que el francés hizo en Poil de carrotte, Arreola estructura con viñetas la novela, cada fragmento puede ser leído de manera independiente, pero en conjunto logran amalgamar una obra sólida y que no divaga ni se cae, sino que los hilos están muy bien cosidos y la historia nunca deja de tener coherencia interna.

 

Aquí uno de los pasajes que me agradan de este libro:

 

Y nosotros salimos ganando porque la feria de Zapotlán se hizo famosa por todo este rumbo. Como que no hay otra igual. Nadie se arrepiente cuando viene a pasar esos días con nosotros. Llegan de todas partes, de cerquitas y de lejos, de San Sebastián y de Zapotiltic, de Pihuamo y desde Jilotlán de los Dolores. Da gusto ver al pueblo lleno de fuereños, que traen sombreros y cobijas de otro modo, guaraches que no se ven por aquí. Nomás al verles la traza se sabe si vienen de la sierra o de la costa. Muchos tienen que quedarse a dormir en los portales, en el atrio de la Parroquia o en la plaza, junto a los puestos de la feria, porque no hay lugar para tanta gente. En todas las casas hay parientes de visita y duermen de a tres y de a cuatro en cada pieza. Los corrales se vacían de gallinas y guajolotes. Y no hay puerco gordo, ni chivo ni borrego que llegue vivo al Día de la Función.

 

No cabe duda de que, además de Renard, Arreola toma mucho de la picaresca española, donde el humor es parte neuronal, además de la crítica social es uno de los tejidos de este bello libro.

Cada uno de los fragmentos deja una huella y lanza una pedrada, pero es el imaginario, la oralidad y la mirada humorística de Arreola lo que permite a desafinar las cuerdas sociales y componer una música especial en ese mundo imaginado que crea el autor.

Lo que logra Arreola en La feria también lo consigue con sus cuentos, también breves, y es inventar un mundo arreoleano, y eso se ve en Bestiario, Confabulario, Varia invención y Palíndroma, cada uno una muestra del más puro genio creativo.

De Arreola se sabe mucho, se conocen historias sobre su personalidad teatral, del hombre con capa y sombrero, de su amor por el teatro y su personalidad teatral, del apoyo a escritores jóvenes con sus Cuadernos del Unicornio, la mítica historia en la que José Emilio Pacheco le escribió en máquina Bestiario, mientras Arreola le dictaba, como de memoria, el libro, de un sólo golpe y a un día de la entrega final.

Releer a Arreola es fundamental: es una clase de estilo y concreción, de imaginario y excelente dicción.

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