Alejandrapecado

Una historia de José Pedro Bellán

¿Qué sentido tenía la unión de dos personas?

Una historia de José Pedro Bellán
¿Qué sentido tenía la unión de dos personas?

Después del cuento de José Pedro Bellán, El pecado de Alejandra Leonard, ya en la casa rodeada de su biblioteca, volvió a escuchar las vocecitas de sus sobrinos revoloteando como ángeles diminutos en su cabeza. Entró en un ensueño delicioso, las plumitas de los pequeños le caían suaves sobre la cara.

Vestida de blanco, a punto de llegar al altar, comenzó a sudar; las palomas sacudían el aire, mientras los brazos la asfixiaron al felicitarla.

Pasaron la luna de miel más encantadora. Él la bañaba todas las tardes como a una muñeca, le cepillaba el pelo, la llenaba de cremas y menjurjes para entrar a la cama y hacerla suya, como a una diosa resbaladiza.

Cada día un vestido nuevo aparecía junto con un par de zapatillas y Alejandra flotaba, enamorada del amor.

Estaban muy escondidos en el fondo de su conciencia todos los libros que había leído.

El recuerdo de su padre muerto la reconfortaba; además, creía con vehemencia, casi fanática, que lo mejor era olvidarse de todas esas preguntas acerca del mundo, de la belleza, de la poesía. Los hombres eran los elegidos para poseer ese tipo de conocimientos. Estaba visto que la inteligencia no era un buen camino para una mujer.

Alejandra se embarazó y tuvo una preciosa niña. Su marido la abrazó e hizo una pequeña mueca. Salió de viaje.

Unas semanas más tarde, el señor estaba de regreso y su mujer lo esperaba deliciosa, frágil y dispuesta a todo para recuperar su amor. Quedó de nuevo embarazada. Volvió a tener una hija y el marido no quiso verla por un tiempo.

Su condena fue parir sólo mujeres, cinco señoritas de vestidos floreados, de cabellos largos que corrían por la casa.

Alejandra llevaba años intentando tener un varón y, mientras tanto, sus hijas crecían en belleza e inteligencia.

A espaldas de su marido había vuelto a sus viejos hábitos lectores. Y estaba instruyendo a las más grandes, Sofía y Helena, quienes ya leían a algunos filósofos.

Alejandra sintió libertad, volvió a creer en la vida. Supo que era igual a su esposo, pero ¿cómo amarse en igualdad?

Su marido comenzó a darse cuenta de lo que pasaba con las hijas: “Las vas a hacer como tú, Alejandra; ¿de qué te ha servido todo eso que sabes para darme un hombre? Pensar no te queda, pajarito; tus ojos y tu frente se ponen serios, no te va”.

Alejandra agachó la cabeza y se retiró al cuarto de las niñas. Los ojos vivarachos de sus ángeles, todos llenos de deseo de explorar el mundo, la incitaron a seguir.

Sus pequeñas se convirtieron en las mujeres más inteligentes de su ciudad; eran admiradas por su gracia y belleza.

El marido vivía en desasosiego. No sólo había sido engañado por su mujer desde el primer momento; era brillante, no únicamente por la educación que les ofreció a sus hijas, sino porque ya tenía el control del dinero de la familia y lo hacía crecer prodigiosamente. La situación lo ponía como un pelele, era un absoluto idiota que había perdido el control de su familia.

El revoloteo mujeril ya lo irritaba. Cómo fue engañado por una mujer que, aunque tenía fama de inteligente, siempre se había mostrado reservada y ostentaba la hermosura hueca de las otras, con la dulce diferencia de que ella parecía más misteriosa.

Alejandra regresó de su ensueño y comenzó a ordenar algunos libros que estaban fuera de lugar, la aventura del futuro la agotó. Y pensó que, si era necesario engañar para tener una familia, si tenía que dejar de pensarse y pensar el mundo para ser amada, qué sentido tenía la unión de dos personas.

Entonces se arrellanó en su sillón favorito y comenzó a leer.

 

Referencias

Bellán, J. P. (1967). El pecado de Alejandra Leonard. Narradores de Arca.

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