La rosa del Principito

Hurgar en la fantasía

La historia trastoca la identidad de los personajes de Saint-Exupéry

Hurgar en la fantasía
La historia trastoca la identidad de los personajes de Saint-Exupéry

Dibujé un círculo sobre mi cuaderno y me asomé con un ojo abierto y el otro cerrado: había una serpiente grande y amarilla y un zorro. Borré el primer círculo e hice uno más grande para que pudieran salir los animales.

La serpiente se me enroscó en el cuello y dijo, mientras me sofocaba, “debes ir al desierto”. El viento dio vuelta a las páginas del cuaderno y la serpiente se metió por una línea que atravesaba dos hojas.

Fui en busca del desierto y sigo sentada bajo la lluvia. Abro mi cuaderno en el lugar del círculo y antes de que la lluvia lo deshaga salta el zorro rojo, que después de una reverencia y de acariciar mi cuerpo con su cola dice: “Ya es la hora, vendrá de nuevo un habitante del planeta B 612”.

Paró la lluvia. Se hizo el día en plena noche y se acercó caminando hacia mí una niña de cabellos rizados muy negros, su cuello era larguísimo; vestía, como una pequeña muñequita, un vestido de seda azul.

“Tú eres un hombre”, dijo. “Sí, soy una mujer”, acepté. “¿Cuál es la diferencia?” preguntó la chiquilla. “No lo sé, lo esencial escapa a los ojos”, leí una vez en un libro para niños.

La pequeñita se acercó a mí y se acurrucó largas horas mientras dormía. Cuando despertó me preguntó en dónde se encontraba y le dije que en el desierto. “¿En qué planeta?”, cuestionó angustiada. “En el planeta Tierra”, sonreí.

Le hablé de la serpiente y aseguró que no tenía conocimiento de ella. Me contó cómo había llegado a este planeta y me aseguró que ya antes un chiquillo había estado con un piloto varado en el desierto de África.

Yo crecí al lado de este primer habitante, que se desarrolló junto con los tres volcanes y los baobabs. El hombrecito me cuidó del viento con una hermosa cúpula de cristal transparente. Pero siempre he pensado que hay algo más para mí en el universo. Después de su viaje, estuve inquieta; casi muero de frío y sed, me contó.

Claro que reconocí la historia de la que me hablaba y me daba un poco de miedo pensar en la forma real del Principito sin su traje de muchacho rubio. Era una energía que viajaba entre planetas.

La niña de cabellos rizados y negros puso entre mis manos el cuaderno y me pidió que dibujara una casa de una sola pieza, toda de cristal para poder vivir en ella con su príncipe. También me pidió que le dibujara un pararrayos, su pequeño planeta se destruía a causa de los truenos.

“Quédate en la Tierra”, le pedí. Y respondió con un no de cabeza. “Yo te cuidaría, te daría a leer todos los libros del mundo, jamás te aburrirías. Esos son interminables, son la mejor anestesia para olvidar. Podrías, en sus páginas, enamorarte de otros príncipes, de dioses, de seres humanos, de animales, o de cualquier otro objeto”, agregué.

“¿Qué es anestesia?”, preguntó la niña de cabello rizados y negros. “Es una forma de no sentir”, respondí. “¿Y por qué quieres dejar de sentir?”, añadió. “La vida es dolor, el contacto con los hombres enferma, yo tuve que escapar”, señalé.

La pequeña niña se me colgó del cuello y me dijo: “Enséñame tu mundo y después nos tiramos a leer libros”.

Pasó algún tiempo, vi a la niña hablar con la serpiente y abrir un cuaderno todo muy blanco y dibujar una esfera. La esfera giró y voló como una burbuja de jabón por el cielo con ella dentro. Cayó sobre mi nariz un pétalo de rosa.

Saint-Exupéry, A. (2019). El principito. Alfaguara.

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