Cortázar

Un cuento de Julio Cortázar

Para describir a la mujer del sueño ahora se tomó más tiempo

Un cuento de Julio Cortázar
Para describir a la mujer del sueño ahora se tomó más tiempo

Julio Cortázar se despertó, después de muchos años de muerto, en la Ciudad de México y un coágulo gigante de sangre flotaba sobre la pirámide en la que estaba boca arriba. Era de noche, el lugar olía a carne fresca y mojada. Una mano se levantó frente a su cara y tocó la masa flotante, niños deformes aullaron. Aparecieron hojas blancas de papel y un lápiz sin punta. Una voz que venía de lo negro dijo: “Reescribe el cuento del hombre que sueña con el futuro, La noche boca arriba se llama. Lo detesté”.

Cortázar comenzó a garabatear una serie de palabras inconexas con un lápiz sin punta. Sólo eran huellas blancas en una superficie también blanca. Alas de serpiente albina. Raspó el lápiz en la piedra de la pirámide hasta sacar una punta fina y reescribió cuidadosamente el cuento.

Ahora se tomó más tiempo para describir a la mujer del sueño. Volvió a su hombre azteca un personaje menos abstracto y predecible. Porque reconocía que había hecho ese juego para esconder el final del texto. “Hice un río subterráneo un poco torpe”, pensó mientras amasaba su cara enorme.

Decidió no engañar al lector, sino sorprenderlo con un soñador como Segismundo: “Él era el modelo original, pensemos en él, un filósofo que sueña un futuro cotidiano epifánico” pensó, mientras se volvía a amasar el rostro. Le regaló al soñador una hermosa visión de futuro y no una muerte doble, como en su primer cuento, el que se lee en los libros impresos y se vende en las librerías.

El narrador se había cansado de los personajes que se ven morir o que mueren y resucitan como Cristo.

Además, Cortázar nunca quedó del todo satisfecho con ese presente en el que su personaje de La noche boca arriba iba en una moto y, a punto de atropellar a una mujer, decide sacrificarse por ella.

Julio pensó en varias ocasiones que si tenía la oportunidad de regresar a la vida, sin duda cambiaría ese cuento; esa idea le vino a la cabeza unos días antes de morir. Y no sabía por qué nadie había tenido la suficiente fuerza para decir que el texto era francamente predecible y malo. Sucedió como en El traje del emperador; todos sus súbditos decían que era hermoso y la realidad es que no había traje. Era un hombre en ropa interior como en La noche boca arriba: un pintoresco retrato de un hombre azteca. Es verdad que su engendro, su hijo, su cuento, había tenido un éxito amplio por no decir arrollador y era considerado un clásico de la literatura latinoamericana.

La mayoría consideraba que el azteca que soñaba el futuro era una idea encantadora. La fórmula que les había dado por bautizar, a sus admiradores como casi suya, ese golpe al final del relato, al propio Julio le resultaba repulsiva. Había intentado escapar de ella en muchas ocasiones, pero tropezaba una y otra vez con ese deseo malsano. 

Era la tragedia infinita que lo persiguió siempre, pero él sabía que, si acomodaba este cuento, las cosas iban a estar mejor. Pasaría a la historia de la literatura latinoamericana como un escritor de la estirpe de Jorge Luis Borges o de Macedonio Fernández.

Estaría en un mejor nicho; es decir, sus textos ya no serían una cosa con una pátina nostálgica, como una fórmula ya desgastada, con el juego y el azar como herramienta narrativa. Él quería lograr una ambigüedad absoluta; un cuento total.

La mano volvió a mover el coágulo de sangre flotando sobre la cabeza de Cortázar en la pirámide y la voz dijo: “Ya es suficiente. No lo lograrás”. En ese momento, la masa de sangre explotó sobre el manuscrito y las manos gigantes del escritor de Rayuela. Su rostro amasado por las manos y el pensamiento era una escultura de sangre.

Un hombre con los brazos abiertos se paró frente a él y con un cuchillo de piedra le cortó las manos y la lengua y selló sus ojos. El escritor descendió arrastrandose de la pirámide y se perdió como un hilo negro en la luz chillante de la mañana.

Cortázar, J. (2014). La noche boca arriba. En Final del juego (p. 208). Alfaguara.

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