TeatroJuanRuiz

Obra "La verdad sospechosa"

El dramaturgo profundiza en el carácter de sus personajes

Obra "La verdad sospechosa"
El dramaturgo profundiza en el carácter de sus personajes

Fue previo y durante el siglo XVII que los grandes escritores iluminaron las letras españolas: Miguel de Cervantes, Tirso de Molina, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, pero ninguno tanto —y tan abundante en la escena— como Lope de Vega, El monstruo de la naturaleza.

Sin embargo, a más de 9 mil kilómetros de distancia, en una tierra que esclavizaba a sus habitantes originarios para extraer metales preciosos, otro escritor, más discreto, más pobre y menos agraciado, comenzaría a componer comedias, unas tan especiales que ninguno de los anteriores lograría nunca.

Juan Ruiz de Alarcón nació alrededor de 1580 en la Nueva España y desde que vio la luz se destacó por su singularidad: era pequeño, con rodillas defectuosas y jorobado, características que en la moral de nuestros tiempos no son de importancia para autentificar el valor de una persona (de hecho no lo son), pero que para el club de los letrados españoles serían suficientes para arremeter contra un joven licenciado que venía de las salvajes Indias.

Si bien su obra dramática no fue ni tan abundante ni tan llamativa para el público madrileño de los corrales, que tal parece lo recibió mal, sí tuvo algo que fue lo suficientemente poderoso como para incomodar a Lope de Vega e iniciar una campaña en su contra.

No era de extrañarse. La envidia se pesca de numerosos pretextos y el físico de una persona es el más antiguo y vulgar objeto de burla. Pero, ¿qué era ese algo que provocó el bullying de los intelectuales?

Resulta que Juan Ruiz de Alarcón fue el único escritor de los Siglos de Oro con una obra dramática de una dimensión realista; es decir, una donde se examina la profundidad de la psicología de un carácter. Ejemplo de ello es La verdad sospechosa.

Esta comedia trata de Don García, el hijo de Don Beltrán que acaba de llegar a Madrid y de interrumpir sus estudios en letras en Salamanca, pues viene a cumplir las funciones que su padre hubiera esperado de su hermano mayor, Don Gabriel, quien falleció y no pudo hacerle herederos.

Muy pronto, con una predisposición singular, el padre averigua cuál es el pie del que cojea su hijo: “No decir siempre verdad”, pues Don García no sólo miente a diestra y siniestra, y en cosas que cualquiera de la corte podrá descubrir, sino que tiene una forma de aderezar sus mentiras que de haber continuado en la literatura su vicio habría sido virtud.

La obra nos plantea como eje principal una actitud que no puede controlarse y, por consiguiente, con implicaciones sociales; además, nos indica de forma sutil, pero concreta, el por qué de esa manía de mentir.

La clave está en el padre. En cuanto se entera de la peculiaridad de su hijo, Don Beltrán se propone casarlo antes de que alguien se dé cuenta de cómo es su vástago y sea demasiado tarde. Don García, ante su padre, es un joven que debe cumplir con un deber (el de los herederos) y social (el del matrimonio). Un plan trazado, en origen, para el primer hijo.

Como toda obra realista, la verdad está escondida en el subtexto: ahí es donde se lee la constante comparación que hay entre Don García y su hermano: “¿Es posible que quien tanto honor guarda como yo, engendrase un hijo de inclinaciones tan bajas, y a Gabriel, que honor y vida daba a mi sangre y mis canas, llevásedes tan en flor?”. 

El padre no reconoce el comportamiento del hijo como algo suyo. La línea temática del dramaturgo demuestra lo contrario: Don García miente por no sentirse menos, porque “me pesa que piense nadie que hay cosa que mover mi pecho pueda a invidia o admiración…”. ¿No es esa envidia el origen de una comparación paterna con notas de menosprecio?

La profundidad de la visión de Juan Ruiz de Alarcón en La verdad sospechosa es aplastante. Su final es tan incómodo, tan verdadero, que no era de extrañar que el público de Lope de Vega, quien estaba acostumbrado a que le hablaran “en necio para darle gusto”, no se alegrara en lo absoluto.

Sin embargo, Ruiz de Alarcón tampoco era inocente. La burla fue su sistema. No obstante, a diferencia de sus colegas, no la situó en la apariencia física de un hombrecillo de letras sino en los móviles ocultos del comportamiento donde -en definitiva- duele más.

Compartir: