El escritor japonés murió el 3 de marzo

Kenzaburo Oé

El escritor japonés murió el 3 de marzo

Kenzaburo Oé
El escritor japonés murió el 3 de marzo

 E  ntrar al universo de Kenzaburo Oé (1935-2023) es ingresar a un territorio mitológico: todos los seres que habitan sus historias parecen buscar el génesis o venir de él, y los escenarios donde transcurren sus historias son valles donde la naturaleza subsiste en su virginal pureza, el agua, el fuego, el viento y la tierra son los elementos sagrados.

Lo anterior podría ser un epílogo de lo que trata La presa, la primera novela del japonés ganador del Premio Nobel de Literatura en 1994, fallecido el pasado 3 de marzo.

La anécdota de esta novela es más sencilla: en una pequeña población del Japón, ubicada en una isla alejada de toda civilización, en tiempo de entreguerras, un avión cae. Los dos protagonistas de la obra, un par de niños (uno de ellos es el narrador), ve la aeronave bélica estrellarse en medio de su pequeña ciudad, la cual era tripulada por un soldado negro.

La conmoción para estos dos niños, cuyos ojos sólo estaban acostumbrados a ver a personas de su color y rasgos físicos, se detona al ver a un hombre de dimensiones enormes, con un tono de piel distinto, con una lengua completamente diferente. Ahí comienza la gran travesía del reconocimiento del otro.

Existe una fascinación del Oé por contar historias vistas desde la lente de la infancia, no sólo La Presa, también Arrancad las semillas, fusilad a los niños, El grito silencioso (hermanada con La presa) y, aunque menos, pero también habla de la niñez, Una cuestión personal.

Es importante reconocer que la infancia desde la que observa el japonés es la primitiva, intuitiva, salvaje. Los niños (en su mayoría varones) son pequeños trúhanes, un modelo a escala del hombre violento y avasallador. Y es en esa esencia pura, en aquella desnudez humana, donde todo se mira por primera vez, donde surgen reflexiones muy hondas y hermosas, como una gerbera en medio de la nieve.

Pero vuelvo a La presa. No sería fútil la comparación entre el negro aviador y Godzilla, pues el segundo es la representación de la transformación que dejó la bomba atómica en Japón, la representación de la monstruosa realidad; el segundo, el “antagonista” de la novela, es la imagen de la guerra, del oprobio, de la comparación y el odio. No es gratuito aquel hermoso pasaje en que los niños comparan el olor del hombre con un animal muerto.

Por otra parte, y otro leitmotiv de Oé, es el descubrimiento sexual: los niños ven al negro desnudo bañarse y a un hombre muy encima de las dimensiones que ellos conocían, la potencia de un casi dios, la hermosura de su color negro debajo de los colores del sol. Y en un poblado lleno de ritos y costumbres, uno de los menores le entrega al hombre un animal como ofrenda sexual y como una manera de ver un espectáculo estridente.

 

[…] El soldado negro se irguió como un resorte, en un gesto que hizo sonar duramente

la cadena de la trampa que lo trababa, de nuevo el miedo se apoderó de mí, a la vez que se erizaba cada centímetro de mi piel. (a bando)

Dentro de la gran tradición japonesa de escritores, Oé ocupa un sitio especial, que comparte con autores como Ryūnosuke Akutagawa, Yukio Mishima, Kōbō Abe, Yasunari Kawabata, Shuntarō Tanikawa, Jun’ichirō Tanizaki,  Banana Yoshimoto.

La fortaleza de imágenes, la hondura de pensamiento, la tradición japonesa y el encuentro con lo desconocido forman parte esencial de lo que Kenzaburo propone en sus libros. Sus novelas forman parte de la gran literatura de oriente, de las regiones más alejadas para nuestro país, y nos permite entender que no todo lo literario en Japón tiene que ver con comics.

A Kenzaburo Oé vuelvo cada año, no importa qué novela lea. Es uno de mis escritores de cabecera: lectura de horas. Sin duda, para toda la comunidad cecehachera sería fundamental conocer su obra, leerlo, analizarlo, entrar en él como él suele entrar en el ánimo de quienes lo leen.

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