“En las garras del crimen” revela a un ente supremo

Andrés Caicedo

“En las garras del crimen” revela a un ente supremo

Andrés Caicedo
“En las garras del crimen” revela a un ente supremo

Soy Andrés Caicedo, nací en Colombia en 1951 y dicen que me suicidé a los 25 años. Hoy sigo mi sombra en una calle oscura que tiene una grieta de luz.

Creo que logré ser un escritor, pero el medio fue ambiguo conmigo. ¿Qué es un medio para escribir? Algo así como una pecera en la que se reúnen todos los peces con libros, ya amontonados en su cabeza y discuten, mientras expelen burbujas irisadas: unos fornican en la esquina de la pecera, otros dicen poesía en voz alta, unos más maldicen a la belleza, mientras otros vacían sus vísceras sobre la poesía. Yo, un pez ordinario, sólo los observo.

Tuve una pecera gigante, en ella vivían dos muñecas sin piernas que escribían en mis sueños. Quizá por eso todos fueron despreciativos conmigo.

Este texto estaba escondido debajo de mi axila, como una putita discreta, descrita por T. S. Eliot en su Tierra baldía. La lectura de mi cuento “En las garras del crimen”, décadas después, me ha revelado que hay un ente supremo doble y femenino que domina el Signo y que busca los secretos de las cosas y así las propaga con las voces de algunos elegidos.

La escritura es un don, muchos lo regalan al mercado ansioso por historias de amor y muerte, otros lo escupen en las cantinas, unos más lo olvidan, los mejores se entregan a él como una religión y no esperan recompensa alguna, unos más viles como yo lo hacen por cualquiera que pueda pagar aunque sea algo.

Por aquellos días yo me había titulado como licenciado en Filosofía y Letras y decidí poner una oficina para ofrecer mis servicios, que incluían la escritura de novelas. Cualquier parecido con obras de latinoamericanos de vida breve es pura coincidencia.

Muy pronto apareció una mujer de cabello platinado, que le cubría la mitad del rostro, y me propuso hacer una novela para su hermana, que yacía en cama desde hacía muchos años.

Me contó que la criatura alguna vez se encerró en una habitación durante varios años y escribió más de mil hojas, que con sólo nombrarlas ya son parte de mi cuento “En las garras del crimen”, la novela inexistente sobre las gemelas y esta nota.

Al día siguiente, la mujer me contó otra historia de su hermana y me mostró la mitad de su rostro quemado. Esa visita le había dado un giro a mis planes y escribí una historia de una mujer que conocía de hierbas curativas, la mujer aterrorizaba a su hermana hasta quemarle el rostro. Cómo es curiosa la vida, al final se presentaron dos mujeres idénticas opuestas a mi imaginación.

El manuscrito lo cambié por alcohol. Ellas sonrieron en eco.

El Dios de los que imaginan mundos a través del lenguaje son dos mujeres gemelas con pelo platinado que cubre la mitad de sus rostros, su grieta de luz es el cabello que les llega hasta los pies y esa luz es el principio de todo, ahí crecen las historias. Ellas son el principio y el fin: el Signo Supremo.

Algunos creen que chupando el cabello mojado del Signo Supremo, las gemelas, es posible contar cosas que cambien el alma de sus lectores.

Quienes cuentan historias son los voceros de ese signo bicéfalo que se aparece en las siestas, en los besos rojos, durante las borracheras de agua y luz, después de leer algo, al caminar, al ver la soledad del otro, al desear algo que nunca se tendrá; es un impulso animal; es un don y un abismo.

He conocido seres que huyen del llamado y se aferran al mundo exuberante y carnal, pero se les marchita el cuerpo y los ojos se les opacan. Viven resentidos, beben de los libros como animales incapaces de crear.

En cambio, un escritor que acepta su tarea será recompensado, aunque ese acto de rebeldía le cueste la vida o la errancia eterna en busca de ese Signo femenino y doble. Yo ya llevo mil años queriendo mamar la luz de su cabello platinado.

Oigo la voz del gran Signo, que domina todo lo negro que hay en mí, su pelo de luz me alimenta. Soy un niño-anciano especial, soy Andrés Caicedo; por esa razón mis historias revivieron hoy.

Igual que muchos en el siglo XX, no pude escapar a escribir sobre la escritura en mi texto “En las garras del crimen”, título exacto para hablar de ella, la escritura, diosa doble.

Hace mucho tiempo no veo una película; si alguien quiere ver una conmigo, lo esperaré todas las tardes en el mítico cine de Cali, mi ciudad natal.

 

Referencia

Caicedo, A. (2016). Cuentos completos. Alfaguara.

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