La enseñanza de la filosofía en bachillerato constituye un aspecto sumamente valioso que consiste en educar al estudiante para la sabiduría, la cual le servirá para formar su conciencia ética; ésta le puede conducir a realizar actos buenos dentro de su comunidad para ser capaz de llevar relaciones más sinceras y auténticas con los Otros, construyendo sus relaciones de forma profunda.
Si el individuo no es un sujeto sabio, que actúa genuinamente siguiendo su voz interior, es muy probable que cuando tome decisiones, sean acciones sin conciencia y sin responsabilidad moral.
En la enseñanza filosófica es muy importante que el joven reflexione en su propia vida, en los valores que se gestan en su familia, y de los cuales el estudiante se pregunte si esos valores son fundamentales para sí mismo/a.
También es fundamental que se enseñe en la materia de Filosofía lo que constituye el diálogo íntimo. Todo lenguaje filosófico debe convertirse en diálogo, pues así puede llegar a habitar en el interior del estudiante la comprensión del tema, pero para ello debe pasar el filtro de la comunicación dialogada.
Al aprender a dialogar, sus relaciones con amigos o familia pueden darse sinceramente y con un compromiso profundo desde su corazón, y entonces podría irse dibujando, paulatinamente, una sociedad más auténtica en los sentimientos y en los valores.
Para crear este lenguaje del alma, los temas necesitan ser procesados desde las artes, uniendo la sensibilidad y la imaginación. En las diferentes tareas que se elaboran en el salón, los ejercicios como escribir un cuento del tema, a veces crear una canción, el joven debe ser intuitivo para alumbrar el tema desde una luz propia que proviene de su alma.
Hablar de la luz de su alma tiene que ver, por ejemplo, con el filósofo Patrick Harpur, quien señala que sería como la piedra filosofal (Harpur, 2010: 21), es decir, cuando se refiere al fuego secreto de los filósofos, que tiene que ver con la luz arcoíris que alguien proyecta desde su interior.
Este fuego del que habla Harpur en su libro implica una manera de mirar, de contemplar desde el interior de la psique, con un espíritu especial que se lleva a cabo por el pneuma que es la mente divina de cada ser humano.
Este fuego divino es necesario rescatarlo en nuestra cultura occidental, pues en la antigüedad el fuego divino guiaba al individuo hacia la sabiduría, lo cual se interpreta en Sócrates como el diálogo que cada uno tiene con su voz divina.
Este espíritu se ha perdido en la academia actual, y se ha convertido la filosofía en una ciencia de rigor lógico, pero con eso se empobrece el conocimiento de nosotros mismos, y quedamos desamparados de la fuerza más poderosa que poseemos como seres humanos, que es nuestra voz interior, que a cada uno le guía hacia su propio sendero lumínico.
El diálogo interior, como diría Sócrates, es un parto personal que descubre el joven cuando mira hacia lo profundo de sí, cuando posa la mirada hacia su esencia más profunda; entonces puede ver al otro desde este fuego único, ver así al otro podría conducirnos a relaciones más hondas y llenas de significado, genuinas y sinceras.
El diálogo íntimo es un proceso de recreación constante, es sorpresivo, pues nos puede abrir a zonas que no conocíamos y en ocasiones revela aspectos que quizá ni imaginábamos que teníamos o que no nos gustan. Pero en la medida en que se va adquiriendo sabiduría, se modifican los pensamientos del individuo para ir transformando la propia conducta hasta adquirir poco a poco caminos de virtud. Es el sendero para construir la propia felicidad.
Entonces, el joven que se educa en este lenguaje anímico establece un espacio moderado entre lo material y lo espiritual. Abrirse a esa dimensión otorga de forma singular un poder personal que le ayuda a hacer desaparecer tristezas y enfermedades si se da cuenta de que debe cuidar su dieta, pues incluso una “dieta verde” puede favorecer estados mentales de equilibrio y salud.
Cuando se crea el diálogo interior se alcanzan espacios de belleza, ya que un alma sabia crea belleza; cuando cada individuo conoce qué hay en lo más entrañable de sí, se da cuenta de que posee una belleza profunda, y esa es su verdad personalidad, que cuando se alumbra desde lo profundo, nadie te la puede arrebatar, como sucedió con Sócrates que tenía la convicción de que su misión consistía en hacer que cada joven cuidara de su alma a través del diálogo interior.
Por eso Sócrates prefirió la muerte a abandonar su verdad auténtica. Si cada joven pudiese ser educado en esa convicción, probablemente el actuar de los jóvenes en el futuro de su ciudad, de su actitud como buen ciudadano sería inquebrantable, y la ciudad no padecería de actos de corrupción o de fraudes, es una vida social que se puede ir creando a través de la luz singular.