JoséaGUSTÍN

Referente de la contracultura

El novelista, cuentista y guionista falleció el pasado 16 de enero

Referente de la contracultura
El novelista, cuentista y guionista falleció el pasado 16 de enero

Todo lo que se puede decir de José Agustín se ha dicho o se ha leído, quienes lo han leído. Escritor irreverente, contestatario, políticamente incorrecto, tarotista, acapulqueño de corazón, maestro de muchas generaciones de escritores, quienes intentaron imitar su forma y fondo, pero se quedaron brujas del mucho esfuerzo.

Tuve una breve amistad con un par de escritores de La onda, como los bautizó Margo Glantz en aquel breve libro sobre la generación de los sesenta. Uno, René Avilés Fabila, otro, José Agustín, a quien visité en algunas ocasiones en su casa en Cuautla. Además, con otro compañero de barrio de Agustín, Gerardo de la Torre, quien se casó con la prima del autor de La tumba.

José Agustín era un hombre misterioso, irreverente, afable y generoso con quienes eran sus lectores y quienes le pendían consejos literarios. De él aprendí sobre el manejo de las voces narrativas en una charla de sobremesa. Cuando José Agustín hablaba, había que escucharlo, pues por sus palabras aparecía toda una historia moderna de México, con nombres, anécdotas, de una muy personalísima manera de entender el país.

Prolijo lector de la generación beat, de Dos Passos, de Faulkner y, ante todo, de los rusos, José Agustín comprendió que la literatura de medio siglo necesitaba un grupo que confrontara al muro de contención que en ese momento tenían nuestras letras, que estaba compuesto por Juan García Ponce, Salvador Elizondo, Jaime García Terrés y Fernando del Paso.

José Agustín Ramírez (1944) arribó al entorno cultural mexicano con dos novelas breves y muy poderosas en su estilística: La tumba (1964) y De perfil (1966), ambas rompían con la tradicional manera de narrar debido, en primer lugar, a la oralidad con la que se contaban las anécdotas, una, aparente “desaseada” escritura que era, sin duda, una declaración de principios estéticos. Aún más sorprendente: el autor las publicó cuando tenía 20 y 22 años.

Además, Agustín y los onderos (Parménides García Saldaña, autor de El rey criollo; Gustavo Sainz, autor de Gazapo; y René Avilés, autor de Tantadel) pusieron el rock and roll, las drogas, la irreverencia, el sexo, el amor y la crítica social al centro de sus preocupaciones literarias y artísticas.

Posterior al lanzamiento de su dos primera novelas, Agustín publicó una obra de teatro más, Abolición de la propiedad (1969); un libro cuentos, muy afortunado, por cierto, Inventando que sueño (1968), y el libro de ensayos La nueva música clásica (1969) hasta la publicación de su tercera novela y que considero la mejor: Se está haciendo tarde (final de laguna), en 1973.

Posterior a esta tercera novela, poderosa, intensa y con una prosa más acendrada, José Agustín publicó El rey se acerca a su templo (1978), Ciudades desiertas (1982), Cerca del fuego (1986), La panza del Tepozteco (1992), Dos horas de sol (1994) y Vida con mi viuda (2004).

Homenajeado, aplaudido, José Agustín fue un escritor de culto siempre, a pesar de la gran fama que poseía. Nunca devaneó con lo correcto, ni hizo esfuerzos por ser aplaudido, era un hombre íntegro y siempre supo llevar su vida adulta en silencio y a la distancia.

Alguna tarde platicaba con Álvaro Enrigue sobre su novela La muerte de un instalador. Decía que la influencia de Fuentes y Revueltas era innegable, pero que sin José Agustín era imposible entender la literatura mexicana.

Y sin duda coincido con él, hay deudas y hay enseñanzas que no siempre son de frente, sino el silencio, y esas son las que adquirimos muchos lectores de José Agustín, no dudo que más de uno quisimos imitar (casi siempre mal) su humor y rebeldía, su frase exacta, por chabacana, por desmadrosa.

Vaya pues un abrazo a la familia Ramírez Bermúdez. Y espero que en los jóvenes siga encontrando a esos lectores ávidos de ver el mundo siempre por primera vez, con ojos frescos y propositivos.

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