El desierto blanco de la hoja digital se despliega. Ésta es una reseña llena de voces y cuerpos femeninos. Son los ecos de este tiempo, en otros cuerpos porque ellos se pensaban diferente.
Hablaré de fantasmas, de las palabras podridas en las entrañas de las mujeres en búsqueda de lo desconocido. El cuento del que hablaré es una mueca que se gestó hace muchos años: “Pequeñas mujercitas”, de Solange Rodríguez.
Las mujeres de este cuento son guerreras, tienen huecos, son por eso laberínticas, espectrales, pequeñas células deseantes, mujeres-hormiga ansiosas por colonizar el cuerpo masculino.
Quizá esos espacios de carne asalmonada en este cuento mojado sean producto de las narraciones fantásticas del siglo XIX, con un ingrediente a la Charles Bukowski en su cuento “Quince centímetros”: pobres hombres en manos de brujas lúbricas y malvadas.
La protagonista de la historia parece atrapada. Quiere que las “mujercitas” desaparezcan y, al colonizar el cuerpo de su hermano, hay una explosión erótica incestuosa, como con Cortázar en “Casa tomada”.
Las “Pequeñas mujercitas”, de Solange Rodríguez, me provocan sonrisas y con ellas me identifico, escucho en su voz mi voz, pero no me reconozco en la guerra y en la colonización de lo masculino.
Para quien quiera saber la anécdota de “Pequeñas mujercitas”, de Rodríguez: leemos en el libro Insólitas cómo la narradora decide limpiar la casa de sus padres. Ellos ya no están. Enseguida encuentra una colonia de “mujercitas” que tienen sexo de forma descarada debajo de un sillón polvoriento.
Recuerdo cómo las damitas terminan por adueñarse del cuerpo “delicioso” del hermano de la narradora.
La forma que adquiere el texto a través de la anécdota es una representación infernal: un hombre como un territorio a conquistar, a colonizar: es tierra fértil, mujeres amontonadas apuñalándolo y dándole placer al mismo tiempo.
El hermano protagonista llora por la piel, está lleno de la melancolía y la lubricidad del pensamiento, hace de su cuerpo una cárcel vibrante.
Sufre una dulce muerte por la invasión de las chicas y estalla en una sonrisa de placer: estira su boca de un sólo lado.
Las “mujercitas” se modifican constantemente y no lloran, no sufren, sólo sienten placer, se enamoran del cuerpo del gigante.
Imagino a cada una de ellas escogiendo el mejor lugar para dormir, penetrar, lamer y morder. Las veo pelearse por el falo erecto del hombre y bañarse en su agua salada y brillante.
Pienso en el cuento de Solange Rodríguez y no sé si reír, llorar o encerrarme en mi departamento. Vivo lo suave y lo duro de este cuento y sé que escojo para reseñar siempre lo que yo hubiera querido escribir.
Aunque invoco a los grandes críticos latinoamericanos, a quienes conozco como mis amigos y platicamos por las tardes, debo confesar que hay un par de críticos mexicanos que me producen arcadas: siento su agridulce y amargado sabor de pensamiento.
Yo declaro hoy, abiertamente, que soy afecta a los pequeños dolores, algunos de ellos ya se notan en mi rostro. Y que esas oscuridades las vivo con un placer que me inunda.
Por eso apruebo que la protagonista del cuento de Rodríguez cierre la puerta y deje encerrado a su hermano envuelto en carnes y almas femeninas.
Referencia: Varias autoras. (2019).Insólitas. Narradoras de lo fantástico en Latinoamérica y España (T. López & R. Ruiz, Eds.). Páginas de Espuma.