Traición, de Harold Pinter

Traición, de Harold Pinter

Del hoy nos lleva a un ayer concreto para conocer la causa de problemas presentes

Traición, de Harold Pinter
Del hoy nos lleva a un ayer concreto para conocer la causa de problemas presentes

El tiempo es uno de los factores más interesantes que podemos enfrentar. Humanamente hablando, como representantes de la materia, percibimos las cosas de forma cronológica.

Lo cierto es que la mente, como el océano, está llena de misterio, y de pronto realiza juegos caprichosos donde las cosas se tornan atemporales. Por ejemplo, uno de los procesos que realiza nuestra mente es la de regresar al pasado. Y en este sentido, el tiempo es una herramienta de la nostalgia.

Es un hecho que algunos autores dramáticos han logrado captar estos procesos mentales, además de plasmar con precisión un movimiento que corresponde a los filamentos internos de las personas.

Desde Chéjov, tenemos una manifestación de personajes que —debido a su resistencia al presente— prefieren no ver y refugiarse en un preciado momento de antaño donde la vida era mejor.

Esta dinámica la retrata también Harold Pinter (1930-2008), dramaturgo inglés, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2005, quien en Traición hace un juego estructural en el que comenzamos en una escena del hoy, 1977, y nos irá llevando hasta un pasado concreto, en 1968, para conocer la causa de los problemas presentes.

Es decir, esta estructura dramática es una que, lejos de lo que hacemos cuando se apodera de nosotros el pasado, junto con sus emociones, nos invita a observar la razón de lo vivido en el ahora. ¿Podría decirse que la nostalgia es un proceso que invita a la autoreflexión? Sin duda, la forma dramática es una que permite esta clase de indagaciones.

En Traición, Emma y Jerry se reencuentran después de dos años de no verse. En una conversación de lo más cotidiana, nos enteramos de que, pese a que cada uno está casado, llevaron una relación de amantes por siete años y que, aun cuando pareciera que le han puesto punto final, todavía quedan remanentes de un fuego que no termina por apagarse.

La sorpresa que se lleva Jerry es la de que su amigo Robert —esposo de Emma— se enteró, por fin, una noche antes, según Emma, de que su mejor amigo y su mujer han mantenido una relación clandestina durante todo ese tiempo. Pero la sorpresa se acentúa más cuando Robert le confiesa a Jerry que en realidad él lo ha sabido desde mucho antes, hace cuatro años…

La pregunta que surge en este momento —y es una que Jerry no parece desentrañar— es la de ¿por qué si Robert sabía que su amigo y su mujer mantenían un affaire, jamás hizo algo al respecto? Si bien tampoco Emma se lo pregunta, Harold Pinter no terminará su obra sin dar una respuesta ni antes de que el público pueda sacar sus propias conclusiones.

La estructura es un espejo del mecanismo interno. Así como la secuencia nos lleva hacia el pasado, estos personajes también están estacionados en un pasado idílico. “¿Te acuerdas? Quiero decir, ¿te acuerdas?”, le pregunta Emma a Jerry, en un tono salpicado de esperanza. “Me acuerdo”, responde Jerry. Y entendemos que la intimidad entre dos es algo que sucede en el subtexto.

La intensidad con la que vivieron en su refugio de las tardes, el departamento que consiguieron en Wessex Grove, alejados de quienes los conocían, fue una que no tuvo suficiente potencia para mantenerse, como los sueños del tío Vania por querer convertirse en escritor. Y es una intensidad de la que tampoco es ajeno Robert, pese a que, en apariencias, a él y a Judith —esposa de Jerry— sean a quienes se les traiciona.

Pues resulta que la traición que Jerry y Emma cometen —en una línea moral, la del matrimonio— es una que refuerza una lealtad hacia la forma en que asumen su vida, guiada por una ley en sus corazones: la de mantener contenida la fuerza, amparada por lo social, en aras de una idea aceptable y consoladora. La traición, pues, nunca es hacia los otros, sino hacia ellos mismos.

Lo que Pinter indagará en el pasado es justamente cómo dos amantes son capaces de engañarse a sí mismos, cada día, creyendo que engañan al prójimo, y cómo un hombre, como Robert, a la manera de Duncan en Macbeth, permitirá que un amorío se concrete con su esposa, con tal de no perder una presencia querida, pero nunca poseída: la de Jerry.

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