“Las mujeres de la época prehispánica tenían el dominio principal de la sociedad: la reproducción, su poder residía en su capacidad de generar vida, de mantener y reproducir, en un mundo aparentemente masculino, un orden y un equilibrio femenino. Muchas de ellas ocuparon un gran poder político, pero éste debe ser entendido dentro del marco de su propia cultura, y no a partir de conceptos contemporáneos”, apuntó Noemí Cruz Cortés, académica de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL).
En su disertación, “Mujeres gobernantes, mujeres poderosas en el México Prehispánico. La Malinche y otros casos”, la ponente expuso brevemente el ejemplo de algunas mayas del siglo VI y VII de esta era, y de mixtecas en el siglo XI, lo que comprende el periodo del clásico, posclásico temprano y posclásico tardío.
La dualidad
En el mundo prehispánico, explicó, el papel de la mujer no se definía de manera individual sino de manera dual a partir de principios contrarios que se complementan y logran un equilibrio: lo femenino con lo masculino, el hombre y la mujer, el gobernante y la esposa.
En este sentido, las mujeres de nobleza desempeñaban un papel único: generar nuevos miembros de sus dinastías, asegurar que sus territorios, donde moraban sus dioses, siguieran siendo sagrados y sus hijos y nietos fueran gobernantes. Su poder era reinar, pero sobre todo engendrar en su vientre un miembro más en la dinastía, señaló.
Ellas detentaban un poder político impresionante, “en ellas se gestan los linajes, futuros reyes; no son objeto de intercambio, fueron educadas y preparadas precisamente para ser esposas y continuar los linajes. Son estrategas, forman intrigas, son guerreras, incluso asesinas, pero todas ellas son obedecidas por su pueblo, incluso, cuando enviaban un prisionero al sacrificio”.
Por su parte, una mujer común era aquella que no pertenecía a la aristocracia gobernante, pero también tenía un papel fundamental: tener familia y una descendencia. “Es importante entender estos aspectos desde la perspectiva de las propias culturas prehispánicas y no desde nuestros ojos y con base en nuestros conceptos”, señaló.
Entre estos pueblos, precisó, la mayoría de las mujeres formaban su familia cuando estaban sexualmente listas, es decir, al iniciar la menstruación y era una buena señal ser fértil y no morir en el primer parto; a los 30 años, las mujeres seguían procreando hijos, pero también eran abuelas. La esperanza de vida femenina se reducía a los 40 años como máximo, en este caso, una anciana que había sobrevivido a la etapa de la menopausia se le consideraba una mujer sagrada, porque casi ninguna llegaba a esta edad.
Revalorar a La Malinche
En este sentido, la especialista, después de exponer algunos datos sobre La Malinche, destacó la importancia de revalorar su papel, contrario a la idea que se construyó en el siglo XIX, “la cual considera a doña Marina como la traidora, la que ayudó a los españoles a conquistar México, entre comillas”.
Una posición que construía la historia de una nueva nación, y tenía un hilo conductor: el desprecio por la herencia hispánica, la exaltación de un glorioso pasado azteca y la condena a aquellos que ayudaron a destruirlo, entre ellos, La Malinche, explicó.
Sin embargo, precisó, ella no era mexica, ni existía México. Y el mundo que enfrentó Hernán Cortés no era de un país, sino un mosaico de muchas naciones.
“Lo que sabemos de ella es más ficción que realidad. Los códices hablan de Marina por su papel de traductora o de lengua, como la acompañante y madre de su hijo: Martín Cortés. No era ni esclava ni prostituta ni era una mujer común, era la gran cacica, la hija de caciques, señora de vasallos, una princesa en términos contemporáneos”, finalizó la académica.