Es un examen de conciencia sobre lo pensado y lo hecho

Con el tiempo permite redescubrirse

Es un examen de conciencia sobre lo pensado y lo hecho

Con el tiempo permite redescubrirse
Es un examen de conciencia sobre lo pensado y lo hecho

Escribir para poner en orden el pensamiento es un ejercicio que contribuye a meditar y con ello a hacernos cargo de nosotros. Escribir como ejercicio meditativo implica una práctica cotidiana en la que nos comprometemos a escribir diario algo sobre nosotros mismos.

Se puede empezar con lo que nos pasó en el día, lo que queremos hacer o sobre algo que no hicimos. Pero se trata de responder sobre ello al por qué, o el cómo pude haberlo hecho. Es probable que muchos lo hagamos cotidianamente, sólo que aquí se trata de escribirlo.

Eso nos lleva a pensar las palabras adecuadas, sobre lo que nos queremos decir y sobre lo que queremos pensar de nosotros. Es imaginar la escritura como si fuera una conversación con otra persona a la que le tenemos confianza sabiendo que no nos va a juzgar, pero sí nos va a responder.

En las prácticas de la antigüedad sobre el conocimiento de sí, escribir era importante. Implicaba tomar notas sobre sí mismo que debían ser releídas; escribir tratados o cartas a los amigos para ayudarles, llevar cuadernos con el fin de reactivar para sí, las verdades que uno necesita (Foucault: 2008, 62).

Escribir como una relación de la vigilancia de nosotros mismos es poner atención a los matices de la vida y el estado de ánimo. Es una forma de dar cuenta en la vida cotidiana; un examen de conciencia al final del día, no sólo sobre lo que se ha pensado, sino sobre lo que se ha hecho.

Hacerse cargo de uno implica un trabajo de reflexión constante, es decir, darse cuenta de lo que nos acontece en el pensamiento en concordancia con la acción. El autoconocimiento es un reto, pues, como sujetos cambiantes, no basta realizarlo en una sola ocasión, debe ser constante y al registrarse en la escritura, se convierte en una memoria que con el tiempo permitirá redescubrirnos y comprender cómo hemos cambiado. 

De ahí que el ejercicio de escritura sea una forma de mantener en la memoria lo reflexionado, es una forma de que no se escape a través del tiempo y se pueda regresar a meditar justamente en lo que ha sido percibido y vívido.

El autoconocimiento es un reto, pues, como sujetos cambiantes, no basta realizarlo en una sola ocasión, debe ser constante y al registrarse en la escritura, se convierte en una memoria. Así funcionan por ejemplo el diario y así funcionó en las meditaciones de Marco Aurelio, las cartas de Séneca o las Confesiones de San Agustín.

Otro ejercicio semejante es escribir carta a los amigos, que tiene como cometido no solamente este ejercicio de autoconocimiento sino también de diálogo, en el que conocemos también lo que piensa nuestro interlocutor y se reflexiona sobre ambas vivencias.

Este ejercicio de correspondencia escrita es todo lo contrario a la inmediatez de lo que escribimos en las redes sociales, de tal manera que no se vuelve exactamente un diálogo sino solamente un aspecto efectista de buscar aprobación o desaprobación, a partir de reacciones en las que no hay una retroalimentación profunda sobre lo que se comparte, porque lo que se dice tampoco ha pasado por el tamiz de la reflexión.

Escribir cartas a los amigos se puede practicar a través de espacios que no sean tan inmediatos como los que se comparten en las redes sociales, sino más bien de un ejercicio que requiera tiempo para revisar lo anotado, para pensarlo y reformularlo y después compartirlo, y permitir que interlocutor también lo reflexione.

Se trata también de elegir una amistad que nos lea atentamente, que tome su tiempo en reflexionar lo que hemos compartido, no se trata de dar consejos o simple recomendación, sino de reflexionar juntos sobre las vivencias y lo que se comparte.

Entonces, ya sea que llevemos un diario que alimentemos día a día, a veces con una sola frase, o palabra que resuma nuestro día, pero que de manera cotidiana reflexione sobre lo que hemos hecho y pensado, o bien, el tomarnos un tiempo para hacer un  intercambio epistolar, nos conducirá a la catarsis de nuestras emociones y a la transformación de nuestro ser, a través del autoconocimiento de nuestra escritura. Foucault (2008). Tecnologías del yo, Buenos Aires: Paidós.

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