Muchas veces y para muchas personas, parece que solo hay dos formas posibles en las que se puede ver la vida: el vaso medio lleno o medio vacío. Así parecería que lo ven Grace (Sarah Snook) y Gilbert (Kodi Smit-McPhee), respectivamente, una pareja de gemelos que crecen en una casa donde si bien hay carencias económicas, el eco del amor de su madre, quien falleció durante el nacimiento, los mantiene felices junto a su padre, que quedó parapléjico.
Su historia es un relato de vida de una travesía que solo va “cuesta arriba”. Los gemelos eventualmente son separados y enviados a casas adoptivas, donde conocen personajes cada vez más “peculiares”, quienes intentan sanarlos a través de sus propias experiencias, sin embargo, los gemelos ni siquiera pueden cicatrizar sus duelos no finalizados.
Las memorias de Grace avanzan de una penuria a otra, de personajes peculiares y extraños a otros aún más perturbadores, mismos que se utilizan para plantear escenarios cómicos, simples, pero que funcionan y que dan paso a explorar realidades profundas y lecciones que se quedan con Grace y el espectador.
Por ejemplo, Ken, el esposo de Grace, es descubierto con un fetiche bastante peculiar. Cuando Grace lo enfrenta se plantea algo a sí misma: está bien si creas una jaula para ti misma, pero es inadmisible que una persona forje una jaula para ti.
A través de esta situación, tan específica, tan extraña, el director encuentra una excusa para exponer algo muy valioso. Lo mismo pasa en toda la película, vivencias tan trágicas, pero reales que todos sabemos alguien, en algún momento, en algún lugar, ha vivido y es suficiente presentarlas para hablar de la vida y reflexionar de ella.
Por otro lado, el viaje de Gilbert es algo más caótico y deprimente, se enfrenta al conservadurismo de la sociedad y sus propios instintos rebeldes lo dejan en un estado estático, estancado y difícil de superar.
Sin embargo, en sus cartas, Gilbert se mantiene positivo, en cuanto son separados, los gemelos parecen cambiar de lugar, ahora Gilbert ve el vaso medio lleno y Grace el vaso medio vacío.
Ir al cine es un ejercicio de fantasía, de escape, donde visitamos mundos en el que nuestros propios problemas no existen y no son importantes o alguien más debe sobrellevar, sin embargo, ¿qué sucede cuando una historia te enfrenta a la propia vida a su crueldad y al sentimiento de ir “en picada”?
Se vive la experiencia de Memorias de un caracol, que conecta con cada espectador y con su forma de ver la vida. Dudas y sugerencias a: luis@cchfilmfest.com
El dato
El director afirmó que la mayoría de sus personajes tienen características peculiares que ha observado en otras personas, lo que los vuelve más realistas.
La película tardó cerca de ocho años en realizarse.