Cuento

Un cuento en minutos de Macedonio Fernández

Cósimo Schmitz era un hombre harto de su vida

Un cuento en minutos de Macedonio Fernández
Cósimo Schmitz era un hombre harto de su vida

Invité a Macedonio Fernández a escribir esta columna. Me metí en sus sueños, le dejé la invitación en papel blanco con letras doradas. No contestó.

Luego descubrí que vive en una caja negra con un escritorio y una silla, sólo escribe y lee los libros obsequiados por una mano que atraviesa el muro. Lástima, amaba tanto la naturaleza. Le hablé, no me volteó ni a ver. 

Lo invoqué recitando pasajes de sus textos.

Dejé recortes de “Cirugía psíquica de extirpación” en las páginas de los libros que tengo del argentino, para intercambiar alguna impresión por escrito, por si hablar le daba timidez.

Era también posible que sus personajes se comunicaran conmigo durante las digresiones del narrador, así podría convencerlos para contar la historia de Cósimo Schmitz: el hombre con dos vidas otorgadas por un Dios cirujano que cambia de nombre durante el cuento.

Cósimo pasa de ser Desfuturante a Extirpio Temporalis, entre otros, y termina por llamarse Jonatan Demetrius. No pude hablar con nadie, los personajes saltan de un capítulo a otro sin dejar huellas. La persecución me dejó tan exhausta que decidí hablar yo.

Macedonio debe estar riéndose ahora mismo de mi falta de pericia, porque sabe que ya entré en su juego, en el que obliga a otros, como a Ricardo Piglia, a que continúen escribiendo por él. Su maquinaria paratextual funciona a la perfección. Ya ni siquiera los personajes pueden contar su historia. 

En “Cirugía psíquica de extirpación” es el lector quien tiene la obligación de volverse contador de cuentos, que Macedonio considera infantiles.

Cósimo encarna a un hombre sin atributos que logra el mayor regalo, ese que debe estar reservado a los ángeles: vive un gracioso presente sin conciencia de futuro y tampoco tiene ni recuerdos.

Cósimo está a punto de morir electrocutado porque ha matado a toda su familia, cuando entra a la sala de ejecución su maravilloso don de vivir sólo el presente le permite morir con una sonrisa.

Perdón, querido lector, te he mentido, no puedo contar la historia de Cósimo sin decirte que todo en el cuento es un caos misteriosamente ordenado.

El mismo narrador se contradice a cada momento y confunde con notas a pie de página tan largas como la propia historia, en las que descaradamente miente sobre su propio texto.

En realidad, Cósimo Schmitz era un hombre -una invención de Macedonio- común, harto de su vida monótona, por eso le pide a Jonatan Demetrius que le dé el recuerdo de otro pasado.

Cósimo termina por creerse esa historia igual que las autoridades que lo ejecutan, sólo después se sabe que sus familiares huyeron por miedo. Entonces lo que nos cuenta Macedonio son dos cirugías: la primera, para olvidar una vida monótona; la segunda, para dejar una vida atormentada. Es sólo después de la segunda operación que Cósimo vive un presente lleno de presente.

“Cirugía psíquica de extirpación” está hecha de contradicciones.

Si nos apegamos a los “acontecimientos” escritos por Macedonio, todo es una falsedad, ya el lector habrá notado la incongruencia: si la segunda operación es para darle un presente infinito a Cósimo, por qué lo condenan por la muerte de su familia; además no hay cadáveres.

¿Lo que leemos serán los pocos recuerdos de Cósimo? ¿Está vivo? El cuento es un capricho para el “lector salteado”. Macedonio escribió un texto-cuerpo, vivo, inaprensible y total.

Espera, querido lector: Cósimo está escribiéndome ahora unas palabras, lo hace con mi lápiz sobre la tapa de un libro de Borges: “Macedonio sigue haciendo experimentos conmigo, no me deja morir, tacha mi nombre, así cuando desaparezca de las conciencias por fin podré descansar”.

Tomo un plumón de mi bolsa y tacho el nombre de Cósimo Schmitz.

Compartir: