“Ritual de la pubertad”

“Ritual de la pubertad”

El teatro es una zona de libertad a la que muy pocos logran acceder

“Ritual de la pubertad”
El teatro es una zona de libertad a la que muy pocos logran acceder

Muchas veces se dice, y con justa razón, que la práctica teatral se trata del juego. Algunos teóricos en la materia, como Eric Bentley, señalan que el teatro es un ejercicio que se vincula con la etapa de la adolescencia, pues en ella se apuntala a una especie de independencia y de libertad que no tiene que ver con la familia ni con lo que se tiene conocido hasta el momento sino con, quizás, una búsqueda de identidad.

El “ritual de la pubertad”, como se refiere el crítico inglés al teatro, nos permite abrirnos posibilidades de experiencias y, en cierto modo, de identidades. Pudiera pensarse que estas experiencias e identidades son ajenas a los que participan del trabajo escénico, sobre todo de los actores, directores y dramaturgos, quienes consolidan, principalmente, los esfuerzos interpretativos.

Lo cierto es que los grandes artistas de la escena han sabido desde siempre que lo que se cree que está afuera no es sino un reflejo de lo que yace en el campo del interior; de modo que la búsqueda de una identidad externa no es sino el reconocimiento y la consciencia de una zona de nuestro propio ser.

Esto querría decir que el teatro se trata de un juego de autodescubrimiento, donde lo que parece ser jugar a convertirse en otra persona, es —en realidad— jugar a ser una de las posibilidades de mi propia esencia. El juego consiste, así como lo hacen los niños o los adolescentes, en permitirse ser sin prejuicio alguno. Pues cualquier concepción previa, y asumida sobre lo que una persona es, genera un bloqueo respecto a lo que de verdad es.

Dicho de otro modo: el teatro es ese espacio donde se nos permite vivir quienes somos sin el juicio social o personal; o sea, es una zona de libertad a la que muy pocos logran acceder.

¿Por qué digo “muy pocos”? Porque las etiquetas, las concepciones prefabricadas y las recetas del cómo vivir son cómodas y generan satisfacción momentánea, aun cuando su precio sea muy alto. Es el statu quo.

De ahí que a los actores, y esencialmente cualquier artista, se le considere un apartado social, una especie que no tiene clasificación en una estructura que busca soluciones mecánicas, de consumo, complacencia y un placer intrascendente.

No hay forma de invitar a alguien a que busque dentro de sí aquello que ansía fuera. Pues en el momento de plantear esta invitación, se corre el riesgo de convertirse en dogma, en polvo, en incongruencia.

Lo que sí puede suceder, y posiblemente sea el trabajo de la auténtica docencia, es el de abrir ventanas, el de generar inquietudes, el de relacionar puntos para que los alumnos terminen, por su propia cuenta, el dibujo total.

Los contenidos relacionados con el teatro, su dramaturgia o puesta en escena, pueden ser uno de estos caminos, pues, además de todo, su estructura misma, como hemos dicho, plantea este enigma, uno que ya se ostentaba grabado en el templo de Apolo. Lo demás, es la incertidumbre de transitar el sendero.

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