Molière logra desmitificar los ideales del matrimonio

El casamiento a la fuerza

Molière logra desmitificar los ideales del matrimonio

El casamiento a la fuerza
Molière logra desmitificar los ideales del matrimonio

Debido a que el teatro abarca grandes áreas de la vida humana, es frecuente que veamos, a lo largo de su literatura dramática, el desarrollo de tópicos. Tal es el caso del matrimonio: una de las instituciones morales más antiguas desde que las sociedades se establecieron como un medio de supervivencia eficaz.

En su esencia mítica, el matrimonio se trata de la unión de dos personas (hombre y mujer, en su estructura arcaica) que es efectuada ante la aprobación de alguna divinidad, mediada por una institución: la iglesia o algún centro religioso.

Esta unión —consentida por lo divino— conlleva su validez en la sociedad, misma que le otorga ciertos merecimientos: el respeto, la posibilidad de sucesión económica, patrimonial, y, en síntesis, el pertenecer a un clan que protegerá a sus integrantes.

A cambio de estos beneficios, el matrimonio debe guiarse por ciertas normas; entre las más elementales, en el mundo judeocristiano: monogamia, fidelidad y permanencia. Además de asegurar la procreación, en el caso de las mujeres, y ser fuente de sustento, en el de los hombres.

Con los ojos del tiempo podemos darnos cuenta de que si bien ha habido modificaciones en el desarrollo del matrimonio —la composición sexual de sus integrantes y la rigidez de las obligaciones de los cónyuges— se siguen manteniendo sus líneas básicas: unión aprobada por la divinidad (el Estado), protección social y la promesa del cumplimiento de sus normas.

No obstante, la literatura dramática no sólo ha observado esta estructura, sino que la ha criticado duramente y, en muchas ocasiones, la ha señalado como causa de la desdicha de las personas.

En El casamiento a la fuerza, Molière estudia esta tradición. Sganarelle, un hombre rico que ha viajado, está ilusionado, pues a sus cincuenta y dos años —inicio de la senectud para la época— ha decidido desposarse con Dorimena, hermosa joven, hermana de un muchacho espadachín.

Todos, incluso ella, aprueban el matrimonio y hacen los preparativos para la boda esa misma noche. Pero Sganarelle ha recorrido las calles, preguntando a sus allegados si consideran correcta su determinación.  Es decir, pese a haber concretado el asunto, el hombre desea que alguien más lo apruebe.

Gerónimo, su amigo de toda la vida, le advierte que, a su edad, casarse lo haría propenso a hacer el ridículo; Sganarelle no lo considera, hasta que su prometida le hace saber que el compromiso, para ella, significará libertad. De modo que el protagonista comienza a preguntar desesperadamente si está obrando de forma correcta. Así es como cae en manos de dos filósofos que no lo dejan hablar ni lo escuchan y, luego, con dos gitanas que no contestan su gran incertidumbre: ¿le serán fiel?

Molière puntualiza de este modo el carácter de su personaje: si está consultando con todo mundo su decisión de casarse, es que algo no lo deja tranquilo con ella. Es decir, hay algo que él sabe, pero no quiere aceptar. Y su urgencia de aprobación es una forma de engañar lo que ya sabe.

La fatalidad para Sganarelle culmina cuando escucha de la propia joven, en una confesión a su amante, que ella está prometida con él por dinero, del cual espera apropiarse pronto, pues le estima, a lo sumo, seis meses de vida a su futuro esposo.

Sganarelle encuentra la confirmación que buscaba, muy contraria a sus anhelos, y ahora quiere disolver su compromiso. Lamentablemente, ni el padre de la prometida está de acuerdo ni el hermano, quien lo reta a un duelo de espadas que el hombre no logra sostener; por lo que, a pesar suyo, accede a la boda con una mujer que no lo ama y lo ve con interés.

Molière, sin complacencias, desmitifica a través de esta comedia los ideales del matrimonio. Unos que pareciera todo mundo conoce, pero nadie logra cumplir. El único que creía en ellos, quizás, era Sganarelle.

Su escarnio se deriva de esta ingenuidad, ya que, aun cuando puso en marcha un compromiso social estando ilusionado, para luego darse cuenta de su falsedad, tendrá que cumplirlo, pues la sociedad se lo demanda. Es la obtención de un orden externo, social, a cambio de un desorden individual, interno: la desdicha humana; el éxito de la civilización. 

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