Hay que tener el valor de no callar, a pesar de que puede ser peligroso

La parresia

Hay que tener el valor de no callar, a pesar de que puede ser peligroso

La parresia
Hay que tener el valor de no callar, a pesar de que puede ser peligroso

En el sinuoso camino del autoconocimiento hay un punto de partida. Tener el coraje de decir la verdad: la parresia. A eso se refiere Michel Foucault en su clase del 9 de marzo de 1983. Esta fue una práctica que distinguió a las escuelas helenísticas de la antigüedad como condición necesaria para emprender el camino de gobernarnos a nosotros mismos. 

No podemos negar que aunque vivimos, hoy más que nunca en un mundo de apariencia, de ficciones, avatares, fake news y filtros, hay algo que pedimos mínimamente en la comunicación humana: poder confiar en que, pese a que a veces suponemos que nos mienten o mentimos, no podríamos comunicarnos si no tuviéramos algunas certezas de que lo que nos dicen y decimos es verdadero.

Hablar de la verdad es un tema muy complejo, un problema que desde la filosofía nos manda por diversos derroteros. Pero no nos ocuparemos de excavar en su concepto en todas sus acepciones, sino tan sólo en este valor de ser capaces de enunciar los hechos, de no callarse.

Pero esto no se hace sin asumir un riesgo, pues el hablar franco puede incomodar y por eso se requiere coraje. La honestidad puede ser brutal, parafraseando a una serie televisiva. Y es que la filosofía como modo de vida, es en principio la manifestación permanente de la verdad. Requiere hacerse cargo de lo que significa hablar con sinceridad.

Es aquí donde radica la práctica filosófica. En tener el valor de no callar, de - sabiendo que puede ser peligroso- atreverse a sostener lo que se dice. Supone un peligro, porque decir la verdad puede ser incómodo, no es complaciente, no busca el agrado que trae mentir o simplemente guardar silencio.

La parresia, como una práctica que caracterizó a la escuela cínica y estoica, tenía su efecto en la política, en la vida pública. Pensemos por ejemplo cuando vemos una injusticia. Callarse ante ella nos convierte en personas injustas. Atreverse a señalarla requiere valentía.

En Platón, por ejemplo, es una práctica que se desmarca de la retórica, cuyo cometido es el adorno, el artífice por obtener un beneficio, es decir, la filosofía para sostener la verdad debe sacrificar la retórica, la complacencia de las palabras y los beneficios que esto implica.

Pero, además, hablar con la verdad nos coloca en el lado opuesto del político, que tiene que usar la retórica para obtener el agrado o aceptación de sus gobernados.

Ser capaces de hablar francamente, es actuar libremente, sin temor a las repercusiones que haya por hacerlo. Es una interpelación perpetua y dirigida tanto colectiva como individualmente. Así, la verdad es una transgresión política pero también moral. 

El coraje de decir la verdad es parte de una vida filosófica. Consiste en la elección de una existencia capaz de renunciar a la complacencia, a despojarse de todo aquello que no sea la verdad.

Así, el cínico se desprende del artificio y adorno, se desprende de los deseos, de sus pasiones; es una persona que no busca ocultarlos sino que se desprende de ellos, se muestra despojado, al desnudo (Foucault, 2009).

Con ello, se logra la purificación de la existencia, en tanto se le quita todo aquello que nos distrae, que nos nubla la mirada, que vela la verdad. La vida filosófica es de principio a fin la manifestación de esa verdad, es un testimonio de las cosas a las que renuncia, las que acepta, la manera de vestirse, la manera de habla. La vida filosófica debe ser.

Todo esto nos puede parecer muy distante, pero podemos comprender el significado del valor de decir la verdad poniéndonos a prueba a partir de preguntarnos ¿soy capaz de mostrarme públicamente, sin filtros, ni poses? ¿Aceptaría las cosas si prescindiéramos de decirlo de modo bonito o sin rodeos? ¿qué tanto puedo sincerarme conmigo y reconocer lo que son mis deseos y pasiones? ¿sería capaz de prescindir de ellos?

¿Qué tanto puedo procurar conducirme con las personas y conmigo misma o mismo con honestidad, aunque pueda incomodar? ¿qué otras preguntas puedes pensar para tratar de cuidar que tu cotidianidad tenga el coraje de decir la verdad?

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