cch

Durante mi secundaria estuve internado en una escuela religiosa y padecí el encierro de verdad. Cuando cumplí 16, mi plan era incorporarme al bachillerato después de un año perdido. No tenía idea del futuro ni del presente, tampoco del pasado. Entonces llegó la convocatoria. Mis hermanos estaban en la Prepa 5. Era la época de las bandas de rock y las discotecas (hoy antros). Muchos escuchaban a Black Sabath, Eric Clapton, Rolling, Doors, Credence y en México se idolatraba al Tri. Escuché a Fania All Stars. Entonces entré al CCH.

Ahí experimenté lo que es una escuela de verdad. Le di sentido a aprender Física, al estudio de la Historia y me di cuenta de las mil y un mentiras que gravitan en el mundo. Los profesores eran jóvenes, tenían entusiasmo. Vestían como jipis y con pelo largo. Un profesor olía a pachuli. Habían estado en el movimiento estudiantil.

 En tercero tuve de profesor a un locutor de Radio UNAM. No lo podía creer. El CCH era un paraíso, quería estar todo el día porque había talleres de teatro, música, pintura. Las prácticas escolares eran desarrollos creativos. Me tenía que ir porque trabajaba de electricista. Salía a las once de la mañana y me iba a trabajar. Pero al día siguiente llegaba a las siete. Lo más relevante en mi formación es que por primera vez usé mi mente para aprender. Me di cuenta de que tenía una mente creativa más que memorística. La física y las ciencias las racionalicé. Encontré su utilidad con los ejemplos y ejercicios. Nos hicieron leer a los clásicos. Por primera vez disfruté de la lectura. No había dogmas. Me hablaron de las injusticias del mundo.

Fuimos a prácticas de biología, una convivencia muy interesante entre alumnos. Los profesores nos recomendaban películas y museos. En el CCH descubrí un mundo diferente: comencé a sospechar que no era tan malo. Se asomaba en mi mente la posibilidad de que tenía capacidades y que, si me ponía a leer y estudiar, encontraría caminos diferentes. Las dos novias que tenía eran reflejo del caos emocional y que tenía que educarme en el amor. Muchos fueron los valores que adquirí en el CCH. Sobre todo, aquellos de la justicia social. En tres años pasé mis materias y me incorporé a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.

Todo era vertiginoso. El país vivía transformaciones. Cambié de empleos. Pero la huella del CCH quedó indeleble. Aprendí a existir, a tener horizonte, a darle coherencia a las cosas cotidianas. Mis amigos del CCH los mantuve por mucho tiempo. En las charlas que tuve con mis compañeros la idea recurrente de una escuela activa estuvo siempre presente. El CCH es y será no sólo una escuela, será por muchos años, una experiencia de vida

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