Tiene 20 siglos que no sueño. O quizá sí y ya no distingo entre la vigilia y la realidad. Por ejemplo, hace algún tiempo vi cómo Morel jugaba en la playa con un perro negro; yo estaba sentada en cuclillas frente a un ventanal enorme.
Días más tarde vi a Morel caminando nuevamente por la playa y recordé que no había ningún perro en la isla; pero no puedo dejar de ver al perro como algo vivo, incluso podría contar su historia, que sucede en otro lugar y en el futuro.
El problema de la isla es el agua; no sólo el agua del mar, sino también la que vive adentro de la casa y en todos nosotros, los invitados de Morel.
Hoy inundé todas las galerías. La propiedad se hinchó como un huevo de goma y exhaló agua llena de algas fluorescentes, que se esparcieron por la isla. En la noche me senté a observar el espectáculo.
Horas más tarde, desperté encerrada en la habitación y recordé la arena multicolor; mientras comía peces que nadaban en un plato hondo y blanco. Podía sentir su movimiento serpentino en mi tráquea y escuchaba el sonido del animal al chocar con los ácidos de mi estómago.
¿Tenía derecho Morel a hacernos lo que nos hizo? Me pregunté una mañana igual que tantas otras.
Morel nos dio la vida sin fin a cambio de una condena, únicamente soportable para los dioses.
Me quería conservar idéntica al momento de enamorarse de mí, en la frescura irisada de la juventud. Y aunque repito como autómata lo ya vivido, he comenzado a sentir tu presencia. He podido ver entre las sombras, entre los espejos redondos, tu imagen.
Claro que tengo que seguir el guion. Caminar los pasos exactos, mover el rostro con la misma expresión lejana y soñadora, pararme de la misma manera sobre la colina; y fingir que no te veo arrastrándote por los matorrales y la tierra. Vi con claridad cegadora lo que escribiste en la arena y me deleité con tu pequeño jardín artificial.
Lo que no comprendo es por qué toda esta mujeril femineidad mía le gusta tanto a los hombres como tú. También a los locos como Morel les atrae la idea de poseerme. Rompió para ello todas las leyes naturales y morales. Nos encerró en esta isla. ¿Te has puesto a pensar que quizá tú también eres una invención de Morel? Quizá previó tu llegada a esta isla. Supo que te enamorarías de mí y que comprenderías el funcionamiento de la máquina y me poseerías.
Veo cómo preparas todo para caer en la ilusión. No puedo detenerte, estoy presa. Me das ternura y lástima, pobre hombrecito criminal creyendo que la felicidad está en la durée infinita.
O quizá en un juego más sofisticado, Morel previó el fin de los tipos y preparó a la máquina para flotar en el espacio negro y seguir funcionando, de nuestra agua, de la marea interna que nos subyuga. “No”, gritó una voz. “La máquina funcionará ahora a través de la energía estelar”.
Morel caminaba por la playa con el perro negro. Yo me acerqué a él y le dije al oído que ya dejáramos esta representación. “Estoy cansada del retorno constante, de la vida perpetua”.
“Espera un momento aquí”, dijo Morel, y con una vara de oro pintó sobre la arena signos incomprensibles y los encerró en un círculo. Llamó al perro negro con un silbido y, cuando el animal se echó a sus pies, Morel le abrió la garganta con un cuchillo. Yo veía todo desde lejos; estaba en otro lugar y en otro tiempo.
A las doce en punto de la noche un coro de perros comenzó a aullar. Morel se acercó a mí y comenzó a arrancarme pedazos de piel con los dientes. Tú no sabes todo esto, porque asistes sólo a la representación de lo vivido; pobre hombrecito, quieres pertenecer al mundo de los eternos.
Referencia:
Bioy, A. (2012). La invención de Morel. Alianza.