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¿Más científicos, menos abogados?

¿Más científicos, menos abogados?
Número de revista
7
Año de revista
2023
Área Temática
Latitudes CCH
Archivo de revista
Descripción

El dilema que por muchos años ha existido en escuelas y universidades si formar más ingenieros, técnicos y científicos que abogados, filósofos e historiadores, nuestro Colegio no parece padecerlo. En su nombre está plasmada su vocación de enseñanza, que es ofrecer las dos grandes ramas del conocimiento, ciencias y humanidades, como en una esfera conviven lo cóncavo y lo convexo.

Es verdad, en ciertas etapas hay mayor demanda en algunas profesiones pero esto no significa privilegiar unas sobre otras. Es inherente al vaivén de las preferencias y aspiraciones sociales y así ha sido siempre, pero cada egresado tiene la libertad de elegir la carrera que mejor prefiera. Lo importante es otorgarle la formación necesaria y en eso nuestro Colegio no puede fallar. Por eso sus laboratorios, sus áreas de enseñanza, su planta docente, sus bibliotecas y sus actividades extra académicas (concursos, exposiciones, conferencias…) buscan el equilibrio entre las ciencias (experimentales y sociales) y las humanidades.

La visión utilitaria de la educación, que preferiría tener muchos egresados de las áreas científicas y técnicas, y menos de las ciencias sociales y las humanidades, desconoce que los saberes se entrecruzan y retroalimentan, y lograr más egresados de cualesquiera áreas es un asunto muchas veces ajeno a la escuela, donde influye la tradición familiar, las figuras representativas, los medios de información y entretenimiento, y a veces incluso una predisposición genética del estudiante.

En realidad la división del conocimiento y la especialización de las profesiones es un fenómeno reciente, que surge tal vez debido al aumento del flujo de información, pero en la Antigüedad, el Renacimiento y hasta el Siglo de las Luces, la filosofía abarcaba todas las ramas del conocimiento. Una doctora en filosofía, matemática, estudiosa de la lengua y literatura inglesas, y quien se ha desempeñado durante trece años como comunicadora de la ciencia en el Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM, la doctora Gabriel Frías Villegas, explica así este hecho:

A finales del siglo XX estuvo de moda la hiper-especialización de las disciplinas. Se esperaba que aquellos que estudiaran alguna área de la ciencia se enfocaran en ella durante toda su vida. Al respecto de esto, en 1959 el físico y novelista británico C. P. Snow impartió un famoso discurso titulado “Las dos culturas” donde señalaba que había una ruptura de comunicación entre las ciencias y las humanidades. También señaló que la falta de interdisciplinariedad dificulta la resolución de los problemas mundiales (en “Crear, comunicar y pensar”, Letras Libres núm. 290, pp. 15-16, febrero 2023).

Lo cierto es que esta artificial división entre las ciencias y las humanidades no existe, o no debería existir. Las humanidades alientan el sentido crítico de los alumnos, mejoran su comunicación verbal y no verbal, estimulan su imaginación, los prepara para el trabajo en equipo, los adiestra para seleccionar la información adecuada y, por si fuera poco, les permite comprender mejor su contexto histórico.

A su vez, el método científico les enseña a dudar, les inculca el escepticismo y los adiestra para creer sólo cuando han sometido a prueba una y otra vez los hechos mediante experimentos demostrables para todos en cualquier lugar, y aun así, entender que se trata de verdades parciales que nuevas teorías pueden venir a desbancar o enriquecer. En pocas palabras, saber que no hay verdades absolutas o definitivas, como lo comprueban las cinco leyes de Newton repensadas por la teoría de la relatividad general de Einstein.

Son otros los problemas que debemos atender si queremos atraer más jóvenes hacia la ciencia y la investigación. En primer lugar la enseñanza: debemos preocuparnos por despertar la curiosidad, usar la imaginación, demostrar que la naturaleza brinda misterios mucho más interesantes y sorprendentes que la creencia en fantasmas, ovnis y demás pseudociencias. Con la ventaja de que los misterios de la naturaleza son reales y su solución brinda beneficios a la sociedad.

Otro aspecto importante es dar plena libertad al quehacer científico. Rechazar las etiquetas o pretender alinear su enseñanza y la actividad científica a intereses políticos. La ciencia sólo se puede realizar y avanzar en libertad.

Uno de nuestros más grandes biólogos vivos, el doctor Antonio Lazcano Araujo, especialista en el estudio del origen y la evolución temprana de la vida, lo ha dicho con claridad: “Necesitamos diseñar políticas científicas que recuperen y refuercen la evaluación de pares, reviertan el proceso de militarización y restablezcan el papel de las universidades públicas y privadas en la definición de las líneas de investigación, pero que también hagan frente a la precariedad laboral de los investigadores jóvenes, a los desequilibrios de género y que promuevan la divulgación científica no como una anécdota curricular, sino como parte integral de la cultura contemporánea”.

No podemos concluir esta presentación sin expresar nuestro agradecimiento al gran fotógrafo mexicano Pedro Valtierra Ruvalcaba, cuya obra ilustra las páginas de esta edición. Fotorreportero de cepa, artista a ras de tierra, presente siempre en los conflictos de México y otras partes del mundo, sus imágenes dolorosas tienen mucho de artísticas, son arte fotográfico. Un ejemplo para las nuevas generaciones, pues nos enseña cómo hacer bien nuestro trabajo, y hacerlo con gusto y pasión, es como puede trascender y convertirse en arte.

 

Doctor Benjamín Barajas Sánchez
Director general del Colegio de Ciencias y Humanidades