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Dilemas del lenguaje incluyente

Dilemas del lenguaje incluyente
Número de revista
7
Año de revista
2022
Área Temática
Latitudes CCH
Archivo de revista
latitudes7_web.pdf (17.08 MB)
Descripción

Una breve reflexión sobre el lenguaje nos permite comprender su utilidad e importancia en todas las actividades humanas, desde las tareas más rudas y burdas, hasta las más altas intelectualmente. El lenguaje es elemento indispensable sin el cual simplemente no se podrían realizar, o ni siquiera imaginar el arte, la ciencia, la educación, el amor, la comunicación, las tareas cotidianas que permiten la satisfacción de nuestras necesidades básicas y el bienestar, y en general las que posibilitan la convivencia social, así como la expresión y expansión de nuestro pensamiento e imaginación.

Advertir la importancia del lenguaje para nuestra existencia, evolución y sobrevivencia como especie ha fundado expectativas que en ocasiones desbordan su función y naturaleza, atribuyéndole cualidades casi mágicas o milagrosas. Son memorables los estudios y congresos en los años setenta del pasado siglo, donde especialistas de la comunicación y el lenguaje llegaron a atribuirle capacidades subversivas y potencialidad para trastocar por sí mismo un orden social. Así también, son conocidas las viejas pretensiones de dominar o modificar la realidad a partir de conjuros, invocaciones, oraciones y fórmulas que sólo un grupo de iluminados podía realizar.

Algo hay de cierto en todas estas creencias y pretensiones, por supuesto. Actualmente sabemos que nuestra visión de la realidad es más clara, amplia o limitada según el lenguaje del que disponemos y la manera como lo empleemos. Poseer un vocabulario amplio y usar de manera eficaz la lengua garantiza casi siempre al hablante un mejor desempeño en las funciones que realiza; lo contrario le impide ni siquiera entender cuáles son sus funciones y mucho menos aportar lo que del hablante se espera. El lenguaje es el instrumento para aprehender e interpretar la realidad.

Pero la función del lenguaje va más allá y por ello refuerza la creencia en sus capacidades extraordinarias. Su función principal es la transmisión de información, ideas y emociones mediante el uso de palabras, signos, señales y otras formas de expresión como son las imágenes, colores y sonidos; por eso nuestra visión del mundo cambia después de leer un poema, presenciar la belleza de la naturaleza, contemplar el cuadro pintado por un artista o escuchar una melodía. No sólo cambia nuestra visión inmediata del mundo, sino que nos transforma como personas, nos hace crecer intelectualmente y nos hace ser más perceptivos. Debe distinguirse entre la   transformación personal y el cambio social. Sabemos que cada persona es diferente y la superación que pueda obtener el individuo no necesariamente lo logra
de manera simultánea el grupo social; a una sociedad le puede llevar años, generaciones enteras, lo que algunas personas pueden experimentar en un tiempo breve.

Debe advertirse, además, que casi siempre los efectos de cualquier tipo de lenguaje son inesperados. Es decir, nadie busca pulir su sensibilidad artística ni su crecimiento
intelectual al leer una novela, sino sólo enterarse de los avatares vividos por los personajes y saber como resuelven sus conflictos. Un lector avezado disfrutará también la trama que se despliega para mostrar ese universo ficticio, la calidad de la prosa y la organización del discurso, pero cualquiera que sea su nivel de lectura la superación o el mejoramiento serán una consecuencia adicional.

Han existido transformaciones debidas al lenguaje, posibles de identificar y situar: la invención de la escritura, que permitió fijar y compartir la información; la creación de términos y conceptos para referirse a lo que no tiene una existencia física; la creación del libro, que posibilitó el incremento de la memoria; la lectura en silencio,
que se logró gracias a la puntuación y que produjo una mayor concentración; la velocidad con que circulan la información y los conocimientos, gracias a la invención de la imprenta y ahora del Internet. Todos estos avances fueron posibles debido al mejor empleo del lenguaje, pero de ahí a lograr la modificación inmediata de ciertas conductas sociales como proponen algunos grupos, hay mucho trecho.

Propuestas como la del lenguaje incluyente son bienvenidas porque hacen visible y urgen a atender hechos que relegan, olvidan y contribuyen a mantener una situación injusta que padece más de la mitad de la población de México y el mundo, como son las mujeres y otros grupos sociales víctimas de la discriminación, el acoso
y la violencia de género. Paradójicamente, ha sido el lenguaje, su asimilación y buen empleo lo que ha permitido expresar y exigir transformar situaciones de inequidad, discriminación e injusticia como lo demandan hoy diversos grupos de hablantes.

Si la lengua no pierde su eficacia para comunicar, nadie puede censurar ni mucho menos impedir el empleo del lenguaje incluyente, así que puede usarlo quien lo desee y, si es aceptado, seguramente en un mediano plazo hablarlo será tan normal como hoy hablamos de los derechos humanos. Pero lo principal es eso, cuidar su
eficacia comunicativa y con ello aspectos menos evidentes como son su dicción y belleza. La escuela, cuyo objetivo es enseñar la lengua para el desenvolvimiento social, laboral y el aprendizaje mismo de los estudiantes, no debe desatender esta tarea ni mucho menos ignorarla, sino atenderla y analizarla. Después de todo, ningún tipo de lenguaje debe descartarse si logra ampliar y mejorar la comunicación.

Un lenguaje ya reconocido como artístico es el de la fotografía. Por eso Latitudes despliega en este número algunas obras de don Manuel Álvarez Bravo, quizá el mejor fotógrafo latinoamericano del siglo XX, y uno de los impulsores de la fotografía en el plano mundial. Es una manera de reconocer el trabajo de nuestros creadores y
compartirlo con las nuevas generaciones, para tener siempre en la memoria la labor extraordinaria de los grandes artistas. Gracias infinitas a los guardianes del Archivo y Fundación Manuel Álvarez Bravo por permitirnos el uso de algunas imágenes para ilustrar esta edición.


DOCTOR BENJAMÍN BARAJAS SÁNCHEZ
Director general del Colegio de Ciencias y Humanidades