¿Qué es la crítica teatral? Resolver esta pregunta es un trabajo vasto y complejo, pero, sin afán de ser exhaustivo, daré una breve reflexión sobre el tema.
Para comenzar pensemos en lo que significa “criticar”. Solemos entenderlo como algo negativo. De hecho, la RAE señala que es “hablar mal de alguien o de algo, o señalar un defecto o una tacha suyos”.
Sobra decir que esta idea es un terrible malentendido —además de una pésima práctica— que se ha construido en torno al ejercicio de la crítica. Pero, entonces, ¿qué es criticar?
Muchos tomarían por válido lo que la RAE señala en su primera acepción sobre criticar: “analizar pormenorizadamente algo y valorarlo según los criterios propios de la materia de que se trate”.
Aunque es cierto que la crítica requiere de conocimientos teóricos y conceptuales para analizar y valorar algo, criticar va más allá; la RAE no es autoridad y menos cuando se trata de definir conceptos especializados.
En esta acepción, criticar consiste en analizar y valorar a través de un marco conceptual (o “criterios”) y suele darse por sobreentendido que su valor será positivo si queda dentro de dicho criterio o negativo si está fuera.
Por lo tanto, el resultado de ejercer la crítica bajo este entendido conduciría de nueva cuenta a: hablar mal de algo o alguien porque no se ajusta al marco conceptual aplicado.
Desde esta concepción se predispone una actitud específica en quien realizará la crítica, una de rechazo a priori a lo que será criticado, algo así como un: “a ver si llena mis expectativas, porque aquí el que sabe soy yo”.
Por este motivo, el goce de la experiencia estética se ve arruinado por el goce que a ciertos críticos les provoca destruir un trabajo, con la opinión que vierten.
Si pudiéramos caracterizar en un personaje esta actitud, su resultado se asemejaría al del crítico de teatro de la obra ¡BUM! o la trágica relatividad de Koltés, de Víctor Hugo Enríquez (Cali, Colombia, 1968), quien en un monólogo dice así:
“Eso es lo que nos acabará tarde que temprano: una repetida secuencia de pequeñas pestes. […ó] un gran meteorito que destruya a la Tierra de un solo golpe. […] yo soy crítico. Sí, hago reseñas, voy a festivales; gracias a mí una obra es o no exitosa. Soy responsable de la grandeza o la perdición de compañías y proyectos. ¿Qué por qué lo hago? Por una sencilla razón: ODIO EL TEATRO […] Destruirlo es mi proyecto de vida. […] puedo contribuir a su destrucción paulatinamente. Tal es el pedazo de meteorito del cual te hablo”.
Las consecuencias
En diversos espacios pueden leerse opiniones crueles, mordaces, incluso racistas y misóginas, que evidencian su intención de destruir aquello de lo que hablan. Hay tantísimos ejemplos de series, películas u obras de teatro a las que les sucedió. La consecuencia inmediata es un vacío en las salas de cine o de teatro que resulta mortal para proyectos, espacios o artistas. Este tipo de crítica es todo un meteorito para exterminar al arte.
A manera de apresurada conclusión, la crítica no tendría que usar los conceptos o los marcos teóricos como corsés para discriminar aquello que no se ajusta; en cambio, los conceptos tendrían que volverse vehículos para nombrar aquello que aún no tiene nombre.
Por lo tanto, lejos de señalar los errores o, como desde un pedestal, consagrar artistas, el crítico participa en el teatro —o en el arte— construyéndolo con sus palabras. ¿De qué forma?
De acuerdo con Jorge Dubatti —filósofo e investigador del teatro en la Universidad de Buenos Aires— la crítica se fundamenta en la producción de pensamiento. ¿Y cómo se produce pensamiento? Planteando preguntas pertinentes.
Por eso, la crítica aplica sus marcos teóricos para abrir preguntas que a su vez abrirán posibles sentidos o significados sobre la obra; de este modo, resulta en una invitación al público para espectar la obra.
En este sentido, el crítico cumple un papel de difusión cultural dentro de la sociedad. Es un agente cultural y social que difunde y construye la cultura y el teatro.