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Sobre la obra de Adela Fernández

El trabajo de la autora fue olvidada; hoy se revalora

Sobre la obra de Adela Fernández
El trabajo de la autora fue olvidada; hoy se revalora

Poco o casi nada conocida es la narrativa de Adela Fernández. Breve, plagada del absurdo cotidiano, fantástica, llega al terror en ciertos momentos, perversa, escatológica. Sus cuentos son un conjunto de jaulas donde pájaros extrañísimos trinarán con una voz a veces gutural, otras, llenas de lirismo.

Poco o nada, también, se sabe de su vida, salvo su parentesco con Emilio Fernández, aquel clásico de la cinematografía nacional. La hija de El indio estuvo, como muchos de sus personajes lo delatan, a la sombra de una familia y de un entorno social, casi siempre áspero y de la vulgar socialité.

Dos son los libros de cuentos que componen todo este universo: Duermevelas (1986) y Vago espinazo de la noche (1996). En los diez años que hay entre la publicación de uno y otro, es notorio el cambio de estilo y la evolución que como escritora llega a tener Fernández.

Contemporánea de Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco, las preocupaciones estéticas de esta autora están mucho más emparentadas con Amparo Dávila, Guadalupe Dueñas, Esther Seligson e Inés Arredondo. En ellas encuentra interlocutoras con quienes emprende un diálogo sobre el alma humana femenina en un entorno hostil y oscuro de machismo nacional.

Cuentos como Stasho, La tía Enedina, El hombre umbrío, Ana y el tiempo, Cordelias, Yemasanta, El vago espinazo de la noche y La venganza de Flaubert son un ejemplo en el que personajes, casi todos infantes, muestran el perfil violento y sombrío de sus contrariedades.

Cada cuento tiene un doble filo; por un lado, existe la tensión de la anécdota. Por otro, el lenguaje poético puesto a disposición de las intenciones de la autora, que son casi siempre filosóficas, antropológicas y humanas.

Sin lugar a duda, Adela Fernández comprueba que la generación del medio siglo mexicano se destacó por su universalidad literaria, así como la predilección por el género breve, entre los cuentistas destacados que obtuvieron reconocimiento Sergio Pitol, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, así como la baraja de autoras antes mencionadas.

El desconocimiento de la obra de Adela Fernández, afortunadamente, no ha pasado desapercibida por las editoriales, pues este año lanzaron la colección de Cuentos Reunidos, donde se podrán encontrar los que he mencionado más un puñado extra de relatos, algunos menos efectivos y menos sorprendentes.

La parquedad y el aparente solipsismo en el que vivió Fernández son el punto de reunión de su universo literario, en el que se hallan las conjeturas y los tejidos ocultos con los que está escrita su obra.

El amor, el desamor, la identidad, la mujer en medio de la violencia, la fantasía del doble son algunas de las constantes en este mundo deshabitado y convulso.

No cabe duda de que para los alumnos del CCH sería ideal tener un contacto con una escritora de estas características, leerla y dar un repaso por esas obsesiones que, muchas veces, también son las de los alumnos.

Para los Talleres de Lectura organizados en el Colegio, Adela Fernández sería una estupenda interlocutora, sagaz, astuta, pero tímida, como una sombra bajo un día soleado.

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