Las cosas, presentes en la realidad, existen de distintas maneras, podemos decir que el árbol afuera de mi casa existe en el mundo de manera físico-material, mientras que el triángulo o el número tres tienen una existencia de carácter mental, pues hasta hoy, no hemos visto en el mundo un triángulo caminando por ahí y diciendo: ¡Hola, buenos días!
Algunas otras cosas existen de manera cultural o social, pues han sido creadas por los seres humanos como la educación, el dinero o el matrimonio. Si las cosas existen de diferentes maneras, entonces, ¿cómo es la existencia de los seres humanos?
Diversos autores, a lo largo de la historia de la humanidad, han considerado que la principal característica de la existencia humana es su capacidad de autoconciencia: somos los únicos seres en el mundo que poseemos conciencia de nuestra propia existencia, es decir, sabemos que existimos. Los animales pueden sentir el calor mientras se encuentran echados al sol, pero los seres humanos no sólo sentimos calor mientras estamos echados al sol, sino también sabemos que sentimos calor. Esto quiere decir que la existencia de la humanidad es una existencia en autocomprensión.
La autocomprensión —la conciencia de sí mismo— le ha permitido a la humanidad preguntar si la vida tiene sentido, si vale la pena vivir o ser felices. Somos los únicos que nos preguntamos por el sentido de nuestra vida, ¿quién soy? ¿qué quiero ser? ¿hacia dónde quiero ir?, intentar dar una respuesta a estas preguntas es tratar de entender quiénes somos, construir nuestra vida, forjar nuestras metas, alcanzar objetivos y, de ser posible, conseguir la tan anhelada felicidad.
Ahora bien, no todo es miel sobre hojuelas, tener conciencia de sí mismo es caer en la cuenta de que somos un ser finito, incompleto y perecedero que en cualquier momento puede dejar de existir. En la conciencia desfilan estados contradictorios entre sí: felicidad-tristeza, aniquilación-persistencia, etcétera, pero a su vez se encuentra guiada por un principio de unidad y continuidad, estos principios hacen referencia a lo espacio-temporal.
Una persona sabe que es la misma persona que era hace veinte años debido a una serie continua de estado de conciencia, si se mira en una foto sabrá que es ella, se reconocerá a sí misma, quizá más vieja, más delgada, más gorda, tal vez distinta, esto es posible gracias a que existen rasgos que permanecen y el más significativo será la autocomprensión; es decir, la conciencia de la propia existencia. Aquello que rompe con el principio de unidad y continuidad, con el entorno espacio-temporal, es la muerte.
Esta conciencia de la no existencia coloca a los seres humanos en una gran agonía y desesperación. El ser humano en su finitud no puede pensarse como no existiendo, ante esta situación desea eternizarse y no morir jamás. La humanidad conserva en su interior un ferviente deseo de conservación y este deseo es algo esencial a la existencia humana. El filósofo español Miguel de Unamuno llama a este deseo el inmortal anhelo de inmortalidad, ya que no podemos concebirnos como no existiendo.
El inmortal anhelo de inmortalidad que anida en lo más profundo de nuestra existencia ha motivado a la humanidad a intentar dar respuesta a la agonía y desesperación de ser un ser para la muerte. Entre las distintas respuestas se encuentra Dios, el amor, el arte, la ciencia, la vanagloria, el éxito y la cultura, ninguna de ellas es suficiente para dar una respuesta satisfactoria, ni mucho menos para dar consuelo, pero son el punto de partida para la vida. Lo único que podemos hacer es vivir; aprovechar la vida que se nos ha dado. El filósofo Marco Aurelio nos recuerda esto con claridad: “No deberíamos tener miedo a la muerte, sino a nunca empezar a vivir”. * Profesora del plantel Sur.