Libro del frío, de Gamoneda, es piedra angular en su obra

A 30 años de su publicación

Libro del frío, de Gamoneda, es piedra angular en su obra

A 30 años de su publicación
Libro del frío, de Gamoneda, es piedra angular en su obra

Cuando comencé a escribir poesía, mejor dicho, intenté escribir versos y poetizar mi universo personal, no sabía cómo lograr explicar lo que me decían mis propias palabras internas. La indagación ya no de una voz, sino de algo anterior, una frase, fue agobiante, incluso desesperante.

La palabra justa, el silencio adecuado, la metáfora deslumbrante. La luz, el sonido, el ritmo, las pausas. El poema, ese artefacto artístico, se me escapaba, se diluía, no llegaba a ser.

Uno de mis placeres mayores en la vida es tirarme a caminar y entrar a librerías, con el objetivo de hallar libros de autores que no conozco y ha resultado, a la fecha, muy benéfico. Así, un día, sin mucha aspiración por encontrar nada nuevo en una librería del sur, llegó a mis manos el Libro del frío, cuyo título de golpe me noqueó. Su autor, Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931).

Tardé en hacerme del ejemplar de la editorial Siruela, pues era costoso pero pasaba, al menos una vez por semana, a leerlo. En aquel entonces no frecuentaba asiduamente internet y tampoco era sencillo hallar libros suyos en librerías. Era, entonces para mí, un escritor de culto.

Como ya dije, tardé en hacerme del Libro del frío, pero para ese momento, sabía de memoria algunos de sus versos, como este:

 

Tengo frío junto a los manantiales. He subido hasta cansar mi corazón.

 

Hay yerba negra en las laderas y azucenas cárdenas entre sombras, pero, ¿qué hago yo delante del abismo?

 

Bajo las águilas silenciosas, la inmensidad carece de significado.

 

Una vez que conocí un poco más a fondo la obra completa de Antonio, entendí que este libro es piedra angular en su universo poético, pues en él se cifran todas aquellas palabras de la memoria. Es un libro inquietante, pues hay esa concentración de todos los objetos que fueron y no amados por el poeta. A pesar del título, es uno de los textos más cálidos de Gamoneda, acaso lo comparo con Cecilia, que escribió en honor del nacimiento de su nieta.

 

Roza los líquenes y las osamentas abandonadas al rocío, después alcanza las habitaciones y entra en las hebras de la sosa cáustica. Luego viene a tus manos como una lengua luminosa y se desliza en las grasientas células. Hierve como suavísimas hormigas y tus manos se inmovilizan en la felicidad.

 

Cuando el sol vuelve a su cuenco de tristeza

 

miras tus manos abandonadas por la luz.

 

En Gamoneda todo arde, los significados, los objetos, los cuerpos, y arde por la luz. Por la nieve, por la blancura. Este libro, sí, hay que decirlo, es desolador como la obra del español, aunque sea de cierta calidez, sobre todo cuando habla de su madre. Pero son pocas las imágenes de ternura, de amor, de complicidad, siempre hay en él una práctica común, la soledad.

Antonio Gamoneda, en una suerte de fin anticipado, podría morir como Robert Walser mientras camina por la nieve, y sería una metáfora perfecta de lo que es y ha sido la poesía del ganador del Premio Cervantes 2006.

 

Amé las desapariciones y ahora el último rostro ha salido de mí.

 

He atravesado las cortinas blancas:

 

ya sólo hay luz dentro de mis ojos.

 

No cabe duda que para aquellos estudiantes y profesores que practican la poesía sería ideal que visiten los universos desoladores de Antonio Gamoneda, abrevar de él, incluso, intentar imitar su estilo breve y poderoso. Los talleres de creación literaria de los cinco planteles del Colegio de Ciencias y Humanidades tienen el enorme compromiso de formar a jóvenes en las artes literarias.

Leer poetas como Gamoneda permite tejer y destejer universos, no sólo con el Libro del frío, sino también libros como Arden las pérdidas, Cecilia, Descripción de la mentira, Blues castellano y sus libros de ensayos o su últimos libros de narrativa, una suerte de autobiografía.

En el Colegio, la creación literaria y formación de autores es clave, por lo que retomar no sólo a Gamoneda sino a los autores de su generación, como Blas de Otero, Gabriel Celaya y José Ángel Valente, permitirá expandir el rango de conocimiento de la experimentación poética.

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