Anfitrión en pluma de Molière

Remake neoclásico

Los dioses del dramaturgo francés representan el poder

Remake neoclásico
Los dioses del dramaturgo francés representan el poder

Una estrategia bien conocida es la de hacer nuevas versiones de producciones de cine y televisión que brillaron en otra época. Esta tendencia responde por lo común a cuestiones comerciales y, muy pocas veces, a fines realmente sustanciosos. Y, por sorprendente que parezca, es una costumbre de antaño. La industria teatral no es la excepción.

Cuando se habla de adaptación o reelaboración de una obra, hay varios factores que circundan esta fabricación: primero, comprender las razones para realizarla; luego, que la nueva versión siempre tendrá como referente la obra primigenia y, por consiguiente, se corre el riesgo de producir un material inferior al primero. De modo que el remake no siempre supera a la versión original. Este no es el caso de Molière.

En sintonía con el ímpetu de su época, Molière volteó hacia los clásicos griegos y romanos para inspirarse y escribir su propia obra; no obstante, a diferencia de sus coetáneos que se concentraron en imitar las formas externas —como si de una receta se tratara— el autor de Las preciosas ridículas descubrió que si una forma existe es porque corresponde a un contenido que no puede ser imitado sino alcanzado.

Esta diferencia conceptual es la que determina el valor y la fuerza que posee una obra cuando se enfrenta al público. Molière escribió su propia versión del Anfitrión de Plauto. En una edición pasada hablamos de cómo este drama latino posee, bajo sus líneas, una recomendación para el público: que la esclavitud es aceptable y que más vale ser feliz con ella. ¿Qué hace, pues, el dramaturgo francés con esta obra?

Molière, de entrada, es sumamente respetuoso con la anécdota y el orden que plantea Plauto: Mercurio y Júpiter toman la forma de Sosia y Anfitrión, respectivamente, para que el magno dios pueda ver su amor realizado en Alcmena, esposa del general, quien está a punto de regresar de la guerra. Cuando éste arriba, su mujer, extrañada, revela que él ya había estado ahí hace un momento y que se dieron la bienvenida bajo las sábanas. Anfitrión no tolera tal situación.

Así encontramos una diferencia: el Anfitrión de Molière está mucho más ilusionado por el reencuentro con su mujer y, también, es mucho más categórico: él no podría perdonar que Alcmena estuviera con otro, aun cuando existiera la más intrincada justificación.

El Sosia francés es una delicia de ingenio, al tiempo que posee un desarrollo crítico, lo cual influirá directamente en el desenlace. Una vez que Júpiter asume la responsabilidad detrás de todo el enredo causado (hay que decir, este es menos pícaro y más enamorado que el latino), Anfitrión no puede con la situación de que su mujer haya yacido con otro —aun tratándose de un dios— por lo que permanece en un desolado silencio hasta el final.

La premisa inicial, bajo la pluma de Molière, es la misma: los dioses son más poderosos, por lo que los demás tendríamos que aceptar su comportamiento: «los palos que da un dios honran a quien los soporta», asegura Mercurio. En cierto sentido, estos dioses recuerdan a los de El alma buena de Se-Chuan, de Bertolt Brecht, quienes después de haber generado una serie de problemas morales y conceptuales en Shen-Te —al ver que es insostenible su ideal— se elevan al cielo, abandonando a su suerte a la protagonista. Del mismo modo es abandonado Anfitrión, quien tiene que tragarse que es más débil que su rival.

Es decir, los dioses brechtianos representan instituciones morales; los planteados por Molière, de poder. No es de extrañarse que, en su momento, relacionaran al Júpiter de la obra con la lujuria de Luis XIV.

Con un Anfitrión desamparado, y su esclavo quien lo compadece, el dramaturgo contrapone la primera afirmación: en Plauto, la recomendación es la alegría ante la injusticia del poderoso; en Molière, no hay felicidad sino exposición e impotencia. «Lo mejor es no decir nada», suplica Sosia a los testigos, pues si bien no se puede actuar ante determinadas injusticias, tampoco quiere esto decir que se cierren los ojos ante ellas. En la versión molieresca —pese a amarse— Anfitrión y Alcmena no volverán a ser como antes. 

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