Alí Chumacero (Nayarit, 1918 - Ciudad de México, 2010) representa, para mí, la más alta poesía escrita por un poeta mexicano desde el siglo XX y hasta ahora. Fue calibrada, breve y, podría decir, perfecta. Estoy seguro que se pueden añadir otros nombres, Octavio Paz, Eduardo Lizalde, Rubén Bonifaz Nuño, Coral Bracho, y un etcétera, etcétera, etcétera. Pero, para esta colaboración, hablaré del nacido en Acaponeta, y quien escribió en 1944 su primer libro: Páramo de sueños, que está cumpliendo 80 años de aparición.
Leí por primera vez a Chumacero en la juventud. Gracias a compañeros y amigos conocí su obra poética, llena de hermetismo, complicada, hecha con lenguaje en apariencia sencillo, pero fabricado con figuras retóricas y metáforas complejas, a veces inasibles.
José Emilio Pacheco escribió sobre Páramo de sueños lo siguiente:
Sabemos que ese Páramo de sueños, escenario en que arden y fluyen los poemas, es la Tierra Baldía de las dos guerras. En ella se establece, como defensa contra la tempestad de la historia que todo lo arrasa, una atmósfera de cuadro post-surrealista. La desnudez que evocan los poemas es la misma de sus medios expresivos. Pocas poesías tan austeras como ésta, despojada de todo brillo ornamental, de toda facilidad rítmica (o arrítmica), al punto de lograr no el brillo un poco cursilón del diamante sino la naturaleza serena y sólida y deslumbrante del mármol.
Como bien lo apunta Pacheco, la influencia de Chumacero no sólo es bíblica, sino también inglesa, de los poetas religiosos como John Donne, Milton y el mismo T.S. Eliot.
Resulta interesante lo anterior, pues en un tiempo en el que la mayor influencia literaria era francesa, el nayarita decide encaminar sus deseos y intenciones por el mundo angloparlante.
De Páramo de sueño, hay dos poemas que han sido antologados en diversas ocasiones, y que abren un universo poético de símbolos y laberintos. Uno de ellos es A una flor inmersa:
Cae la rosa, cae
atravesando el agua,
lenta por el cristal de sombra
en que su tallo ahoga;
desciende imperceptible,
clara, ingrávida, pura
y las olas la cubren, la desnudan,
la vuelven a su aroma,
hácenla navegante por la savia
que de la tierra nace
y asciende temblorosa,
desborda la ternura de su tacto
en verde prisionero,
y al fin revienta en flor
como el esclavo que de noche sueña
en una luz que rompa
los orígenes de su sueño,
como el desnudo ciervo, cuando la fuente brota
que moja con su vaho la corriente
destrozando su imagen.
El otro, Poema de amorosa raíz:
Antes que el viento fuera mar volcado,
que la noche se unciera su vestido de luto
y que estrellas y luna fincaran sobre el cielo
la albura de sus cuerpos.
[…]
Cuando aún no había flores en las sendas
porque las sendas no eran ni las flores estaban;
cuando azul no era el cielo ni rojas las hormigas,
ya éramos tú y yo.
Alí fue un poeta que calló muy temprano, sólo escribió tres libros de poesía: Páramo de sueños (1994), Imágenes desterradas (1947) y Palabras en reposo (1956). Él mismo respondía, ante la pregunta de por qué no escribió más, que era ridículo escribir poesía después de los 40 años.
En la literatura mexicana hay un símil a Alí: Juan Rulfo, quien también decidió escribir poco. Ambos fueron contemporáneos, ambos crecieron en Guadalajara, ambos escribieron una obra rebe, concisa, inteligente y rítmica.
A los alumnos del CCH les sería de mucha utilidad leer la obra de Alí Chumacero, poeta complejo, inteligente, sarcástico, profundo.