teatro

Épica, lírica y dramática

Épica, lírica y dramática

En varias ocasiones he observado —en los cursos que he tomado, las clases que he impartido y, sobre todo, en mi propio ejercicio práctico— que existe una confusión entre las intenciones literarias y las dramáticas.

Esta confusión es entendible si nos aproximamos a la lectura de forma recreativa y ocasional, mas es un problema si queremos profundizar en los propósitos específicos del formato que vamos a abordar. Al tratarse de una obra de teatro, existen algunos criterios que nos ayudaría tomar en cuenta para su comprensión y, si es el caso, su desempeño escénico.

Habría que aclarar de inicio que la producción literaria —es decir, un organismo de finalidad artística compuesto, aparentemente, de letras— puede tener distintos ángulos de expresión. Estos se han manifestado a lo largo de la historia de la humanidad y se han dividido de forma natural a partir de las diversas concepciones que imperan en los autores acerca de la vida. Me refiero, pues, a los grandes géneros de la literatura: la épica, la lírica y la dramática.

Cada uno de ellos posee una finalidad que se halla manifiesta en su estructura individual; de modo que mientras la épica se ha centrado en la acción de relatar a detalle, la poesía lo ha hecho en la síntesis emotiva por medio de un aura musical y, el teatro, por otro lado, en la representación intensa de los acontecimientos humanos.

Es evidente, por tanto, que los intentos por querer analizar un sistema, con cierto objetivo determinado, igual que otro, pero con objetivo diferente, resulta tan ilógico e inoperante —si se trata de resaltar sus características distintivas— como el querer igualar los objetivos de la catedral con los del departamento, bajo la premisa de que los dos son edificios.

Entre los géneros literarios hay algunas similitudes. Por ejemplo, de forma muy general, podemos hablar de que comparten cierto margen de ficción y de que, sobre todo en la narrativa y el teatro, se desarrolla una anécdota. Todos los demás componentes, por más símiles que sean, denotan su distinción.

Destaquemos algunos aspectos que se refieren al texto dramático. Como he mencionado anteriormente, el drama, literalmente, se refiere a la acción; tiene como rasgo distintivo la peculiaridad de que puede ser representado en un escenario, pero siempre bajo una operación interna que implica presenciar la transformación de algún acontecimiento por medio del conflicto.

Personajes, diálogos, acotaciones serán expresión externa —y de una evidencia en el texto escrito— de un mecanismo que busca conmover a su público. Entonces podemos hablar de que el teatro se vale de diversos estímulos para generar una respuesta emotiva, intelectual o de movimiento físico.

Otro factor que lo distingue de los otros dos géneros es el tiempo en que puede consumirse. Mientras que la poesía puede apreciarse en unos minutos, la novela se lee en varios días, y el teatro exige, cuando está representado, que se le preste atención en un lapso aproximado de dos o tres horas.

Sin embargo, uno de los aspectos que lo aleja completamente de la narrativa es, justamente, la ausencia del elemento primordial de aquella: la figura del narrador. En el teatro se muestra. Y este mostrar es lo que harán los actores cuando caractericen a sus personajes, pues ellos, en el lapso en que sucede la obra, “serán” los personajes. Al menos esa es la convención que asumiremos como público.

A diferencia de cuando nos cuentan una curiosidad (un principio narrativo), el drama es un asomarse a la vida ajena, como cuando se presencia por accidente una pelea a través de una ventana. En ese instante, no nos narran los elementos en pugna, los observamos con nuestros propios ojos y sacamos nuestras conclusiones al respecto.

Para finalizar, el texto dramático implica toda una operación para que podamos mirar un hecho como si ocurriera frente a nosotros, reaccionemos a ello y, por haber apreciado el trayecto de una transformación humana a través de una estilización, nos llevemos un sentido de la vida que se nos mostró.

Nosotros somos Olivia Barrera y Juan Alberto Alejos, juntos formamos Teatro Isla de Próspero.

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