El concilio de trento

El concilio de trento

La Iglesia buscó expurgar lo que consideró literatura hereje

El concilio de trento
La Iglesia buscó expurgar lo que consideró literatura hereje

En tiempos de encierro y de cuarentena nuestro mejor aliado para combatir el ocio y fomentar el aprendizaje es un libro. Diferentes tamaños, tipografía variada; de pasta dura o blanda; con dibujos a color o simple texto; el libro nos lleva por los confines de mundos inimaginables, fantásticos, o llenos de terror. Gracias a la creación de la imprenta, realizada por Gutenberg (1400-1468), la oferta editorial cambió y se aumenta día con día. En el principio, los libros eran pocos, ya que sólo los hombres ricos podían adquirirlos. Al paso del tiempo, estos objetos de papel adquirieron un sentido más público y accesible; de esta manera, los pensadores y humanistas, así como los hombres de religión, acudieron a este medio para difundir sus ideas, teorías, algunos dogmas y un largo etcétera. El tiempo es dueño de todo y dicta el camino del hombre, por lo que muchos autores comenzaron a difundir la vida cotidiana y escribir sobre ciertas cosas que causaron una alarma en las altas esferas eclesiásticas (recordemos que, en la Edad Media, la iglesia tenía un inmenso poder).

Para el año de 1564, el Concilio de Trento tuvo la idea y “la necesidad” de crear un índice que clasificara y expurgara la literatura; así pues, y gracias al papa Pio IV -quien realizó la promulgación-, nació la censura y destrucción de todos los libros que aparecieran en aquel índice. Para realizar la expurgación, se formó un comité que leía y clasificaba los libros, para después enlistarlos en el Index librorum prohibitorum. Por éste, pasaron libros -según el comité de selección- llenos de herejía, hechicería, falta de moral, diatribas en contra de la religión, escenas de sexo, erotismo y se incluyeron -obviamente- textos que ponían en duda la existencia del dios supremo. El poder de la Iglesia fue tan grande que la última edición del índice se llevó a cabo en 1948 y quedó abolido por el papa Pablo VI en 1966. A lo largo de 412 años, cientos de autores pasaron por esta lista. La prohibición a los libros siempre provoca un enorme deseo por conocer lo que se esconde dentro de sus páginas. Diría yo: estar dentro del índice era un honor porque, así como unos cuantos destruyen, la humanidad busca devolver a la vida a aquellos textos censurados. René Descartes, Thomas Hobbes, Denis Diderot, Galileo Galilei y Alexandre Dumas, estuvieron en la lista. Entre alguno de los libros contemporáneos que se debían leer bajo permiso de confesión estaban El llano en llamas y Pedro Páramo de Juan Rulfo. Si leer es subversivo y cambia nuestra manera de pensar, no debemos dejar de hacerlo, pese a quien le pese.

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