María Idalia García Aguilar

El Colegio, equilibrio entre libertad y responsabilidad

La especialista en Bibliotecología elogia el modelo educativo del bachillerato universitario

El Colegio, equilibrio entre libertad y responsabilidad
La especialista en Bibliotecología elogia el modelo educativo del bachillerato universitario

María Idalia García Aguilar recuerda con emoción que el Modelo Educativo del Colegio le gustó porque tenía un equilibrio en las áreas de Ciencias y Humanidades. “Y su idea de libertad. Si mis hermanos habían pasado de esa libertad al libertinaje, no importó. Yo tenía 14 años y asustada tomé la decisión. No me arrepiento. Mi madre no me habló en meses y confirmaba que el CCH provocaba cosas malas, porque no le había hecho caso”, relata.

“En el Colegio empecé a moverme con toda libertad. En 1984 eran otros tiempos. No sé si los padres de hoy se los permitirían a sus hijos. Yo podía ir sola a la escuela, organizaba mis horarios, tenía mucha independencia, tenía un sentimiento de crecimiento y responsabilidad. Llegar al plantel Sur y saber que no hay un profesor que te jale la oreja por la tarea. En cambio, te muestra un universo de conocimiento y un camino de posibilidades”.

La especialista en Bibliotecología rememora que la mayoría de sus compañeros provenían de secundarias rígidas y sus padres creían en ese modelo. “Mi madre se enojó muchísimo por mi elección, porque en aquel momento mis dos hermanos cecehacheros eran un caso perdido. Cómo vestían y cómo usaban el cabello, todo era por culpa de CCH. En cambio, mi otro hermano que estudiaba en la Facultad de Derecho y había estado en la Prepa 5, era el hijo modelo. Los demás éramos gamberros”.

La catedrática recordó que el Colegio cuidaba mucho a sus alumnos en “esa transición del huevo: cuando se abría el cascarón, enseñaba a sus polluelos a caminar; no era una cosa de aventarnos y ‘arréglenselas como puedan’. Para mí fue una etapa de cambios. Pasado el primer semestre, mis padres ya no pensaban en su bebé junto al abismo; ya no enfermé como antes y empecé a hacer ejercicio”.

Entonces su familia constató su transformación. “No necesitaba control para hacer las cosas, planificaba gradualmente mi propia vida. Incluso me preguntaron por qué mis hermanos no aprovechaban la escuela como yo; les expliqué que era cuestión de intereses personales, de momento querían divertirse y uno de ellos entrenarse, porque era atleta de alto rendimiento”. Al final, subraya, terminaron sus carreras académicas.

 

Decisión y renuncia

María Idalia García menciona que casi todos sus compañeros se graduaron y hoy son personas felices, “pese a las dificultades que hayan vivido y eso es importante”. Esa situación, recuerda, era algo que le preocupaba al Colegio: “Por ello nos enseñó a ser responsables de nuestras decisiones, tuvimos atención psicológica, nos orientaron todo el camino, cuando nos sentíamos perdidos y agobiados. Cada decisión es una elección y con cada elección hay una renuncia a algo. Debías asumirlo de manera consciente, que no fumaras, tomaras drogas o tuvieras sexo, porque todos lo hacían, que tuvieras la oportunidad de decidir, aun cuando hubiera una presión social”.

La catedrática relató que había diversidad cultural, todos los niveles económicos y que el CCH la hizo una mujer independiente, lo que contrastaba con lo que veían en la sociedad. “Leímos mucho, los profesores nos promovían el respeto y acordaban con nosotros las reglas de la clase; no vimos porros o personas drogadas. Nos enseñaban que el ejercicio de nuestra libertad tenía un límite, podíamos hacer cosas, pero que no afectaran a terceros”.

En el Colegio entendió lo que era ponerse la camiseta. “Hubo una discusión familiar respecto a las calificaciones, por qué me preocupaban si tenía el pase automático. Les expliqué que eso me iba a garantizar una beca en el extranjero, la cual obtuve”.

Así que hizo su doctorado en España con el compromiso de regresar a ejercerlo en la UNAM. “Cuando volví me tocó la gran huelga. Si no hubiese cursado el CCH, no habría tenido la fuerza de resistir ni entender mi compromiso con la Universidad como parte de un esfuerzo social. Para que nosotros estudiáramos había muchísima gente que no tenía que comer”.

La transformación de su carácter tuvo repercusiones en su hogar y un maestro sugirió enviarla a trabajar a un campamento de tortugas en Guerrero, año y medio sin salario. “Al principio odiaba a mi familia y al CCH, después ya no me quería ir, era muy feliz en el mundo de las tortugas. El Colegio es un proceso de transición que nos hace madurar, no fue la mejor época de mi vida, pero fue una de las mejores, aprendí miles de cosas, crecí, me hice ciudadana, me comprometí con muchísimas cosas, como en las brigadas de ayuda del terremoto de 1985, a pesar de que mi abuela había muerto”.

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