El cine nació silente en 1895 pero la aparición de la primera película sonora en 1927 intensificó su prodigio como nuevo arte. Se trató de un musical que originalmente fue una obra de teatro: El cantante de jazz, del director Alan Crosland, un clásico por su capacidad de fusionar actuación, fotografía y sonido alrededor de una trama musical. Esta revolución obligó al propio Charles Chaplin a mezclar imagen y música en su obra maestra, El gran dictador (1940), y con ello, inaugurar la Era Dorada de Hollywood, cuyo éxito se mantuvo en gran medida con cintas musicales como El mago de Oz (1939), Cantando bajo la lluvia (1952), Mary Poppins (1964) o El violinista en el tejado (1971), sólo por mencionar algunas.

Este nuevo número de Ritmo. Imaginación y crítica analiza la relación entre música y cine para generar un subgénero con ramificaciones lúdicas y novedosas como el documental musical, la biopic musical o el musical visto como cine fantástico.

En México, el cine musical generó historias a ritmo de vals, bolero, ranchero, corrido, mariachi, mambo, rock´n roll, norteño o música infantil, y nació desde la propia llegada del cinematógrafo a finales del siglo XiX con la cinta Jarabe tapatío (Danza mexicana) (1896), en la que una orquesta típica musicalizó en vivo las imágenes de los bailantes.

Estos ensayos analizan el cine musical en Latinoamérica, Europa, Estados Unidos y también en India, un país cuya industria conocida como Bollywood representa un universo tan vasto y prolífico como el de Hollywood.

Como se apreciará a continuación, el cine musical representa una inusitada convergencia entre elementos sonoros, visuales y narrativos, lo que permite exponer la gran diversidad social, sexual y cultural global del llamado séptimo arte.

Benjamín Barajas Sánchez
Director General del Colegio de ciencias y Humanidades