Buenos Aires vivía en mí como una postal hecha de retazos de lecturas teatrales y anhelos literarios, hasta que se irguió ante mis ojos con sus edificios de cristal, desparpajados hinchados de sol.
Vi hace años en México la obra de teatro La paranoia, del bonaerense Rafael Spregelburd, así que me dio mucho gusto ver su nuevo trabajo con La terquedad, muy bien puesta con una idea central ya postulada, aunque no menos interesante: crear un nuevo lenguaje que recuerda a todo y a nada. La trama ocurre durante la guerra civil española.
Esperé a Spregelburd a la salida del teatro, ya nos habíamos puesto de acuerdo. “Te dejaste la barba”, le dije. Él sonrió y caminamos por un Buenos Aires casi desierto a la una de la mañana.
Llegamos a la Plaza de Mayo; varios camiones soltaban chorros de agua y un centenar de trabajadores limpiaban el asfalto. El agua que corría entre las lajas de cemento era achocolatada y espesa. La Casa Rosada se alzaba monumental y le daba a todo reflejos encarnados. Se escuchaba el ruido de los cerdos.
Me gusta lo cosmopolita de Buenos Aires y sus muchos parques. Una noche fui a ver una obra que se llamaba Eva Perón en la hoguera y salí decepcionada, lo debí suponer desde el título.
A la salida, un hombre elegante y tierno me acompañó a un lugar de taxis con su paraguas porque llovía. “Eres periodista”, dijo, y me puso un papelito en la mano; antes de que yo pudiera contestar paró un taxi y subí. El hombre gritó: “Léelo cuando lo creas adecuado”. Rápido vi su rostro como un punto en el espejo, una luz artificial lo coronaba.
Al día siguiente compré Un poderoso camión de guerra, de Bernardo Kordon (1915-2002). Linda sorpresa la de sus cuentos.
El relato “Domingo en el río” es una declaración de que construimos la realidad con nuestros deseos. Otros también ya lo dijeron. Un grupo de personas se va de excursión a la playa de Quilmes, a las afueras de Buenos Aires.
Primero, una pareja de enamorados atraviesa varios momentos: pelean porque ella quiere formalizar su relación y él no, ella siente atracción por otro hombre y al final rechaza al novio que supuestamente amaba.
Luego está Fernando, joven que padece de celos tremendos porque su madre está coqueteando con un hombre. Fernando come su asado solo a la sombra de un árbol y desea en secreto el mal para todos; es un Edipo que está seguro de sus poderes sobrehumanos.
Pronto, Fernando llega a una feria donde un adivino, necesariamente barbado, hace aparecer la esencia de Fernando por dos pesos en un pedacito de hoja: “Temes que tus deseos se realicen”.
Rocé con el dedo índice el papelito que aún llevaba en la bolsa trasera de mi pantalón azul. Pero no era el momento indicado para leerlo.
En el cuento de Kordon, el camión de los excursionistas se atasca en la arena de la playa y el novio de la mamá de Fernando se ofrece para sacar el camión con troncos y varas.
Entonces, Fernando desea que el hombre muera aplastado por el camión. Todo se cumple a medias. El hombre queda mal herido, pero para Fernando es la prueba de que sus anhelos influyen sobre la realidad, vuelve a ver el papelito que le dio el mago y ve escrito: “Temes que tus deseos se realicen, pero lograrás todo lo que quieres”.
Estoy como los personajes de Kordon en un autobús atravesando Buenos Aires.
Tengo unas ansias enormes de leer mi papelito, pero yo no creo en esas cosas. Lo rompo, y lo tiro al río cerca de La Boca, allí las casas ya no son como las describe Bernardo Kordon en “Domingo en el río”: “pintadas de todos los colores como casas de juguete”.
Referencia
Kordon, B. (2015). Un poderoso camión de guerra. “Domingo en el río”. Blaat&Ríos.