La empatía es la actitud básica para convivir, porque ponernos en el lugar de otra persona es cuidar y desear lo mismo para ellos y para nosotros mismos.
La moral es un conjunto de reglas que los grupos o comunidades humanas establecen y que cada uno de sus integrantes deben obedecer para procurar una mejor convivencia. De tal manera, es una convención social y, por tanto, es exclusiva de los seres humanos.
Para nosotros, los humanos, convivir en colectivo pareciera más complicado que para otros animales gregarios, ya que necesitamos aprender a convivir. Se obedecen las reglas, pero también se pueden desobedecer. Por eso se vuelve necesario responder a cómo podemos guiar nuestras acciones.
Al parecer, realizar o no ciertas acciones para procurar una mejor convivencia del grupo no es exclusivo de los humanos.
Frans de Waal, etólogo que ha estudiado a chimpancés, observó algunas cuestiones por las que se generaron conflictos y también cómo los resuelven, ya sea por compartir o amenazar los bienes.
Precisa que no hay una lucha de todos contra todos, sino solo de aquellos que no tienen un vínculo de beneficio mutuo.
Este autor señala que otras especies también hacen el bien y pueden hacer el mal; entonces, pudiéramos suponer que son morales, lo que plantea una discusión interesante entre la biología y la filosofía, a partir de que la etología estudia el comportamiento animal, por ejemplo, suponer que la moral no es exclusiva de los humanos o incluso tiene un origen instintivo.
Una base para la sobrevivencia
Con esto se considera que el afecto emocional es una base para la sobrevivencia. Así, tener modelos o referencias nos guía en lo inmediato, pero también influye en nuestro aprendizaje y por ello la importancia al escoger con quién compartir y convivir nuestra cotidianidad.
Una regla moral general de convivencia es la llamada regla de oro que versa en “no hagas lo que no quieras que te hagan”. Es una prohibición que considera a cualquier otro individuo con la misma dignidad, condición y sensibilidad para ser afectado de la misma manera que uno mismo.
Esto es similar a la empatía o el llamado “ponerse en los zapatos del otro”, es decir, reconocer que tenemos en común con los demás y que podemos sentir o imaginar sentir lo que otra persona experimenta o puede llegar a sentir a partir de una acción y o su consecuencia. El comportamiento orientado al grupo mejora la calidad del entorno social.
Por otro lado, en la filosofía se considera que no deberíamos limitarnos al sentir para confiar en actuar bien, pues esto es muy subjetivo y, por lo tanto, relativo. La razón resulta una mejor guía por ser universal a todos los seres humanos.
Sentir es subjetivo y egoísta
También está el caso de considerar si siempre debemos ser empáticos. La razón nos ayuda a discernir cuándo debemos ser empáticos.
La razón también nos ayudaría a elegir mejor a quien imitar o identificar si algunos de nuestros actos considerados un bien tienen implicaciones que causen un daño posterior.
Sentir es subjetivo y egoísta, pero el egoísmo también puede ser un punto de partida si compartir el sentir procura un bien para otros.
Aunque podemos desear que nuestros actos sean universales, nuestra brújula moral puede tener el mismo horizonte: evitar el daño y procurar que el comportamiento vaya orientado al bien colectivo.
En conclusión, el beneficio colectivo impacta en el beneficio individual y el ver en los animales más cercanos comportamientos semejantes a nosotros nos permite aprender a convivir.
* Profesora del plantel Azcapotzalco.
Fuentes:
De Waal, F. (2006). La edad de la empatía. Tusquets.
__________ (2011). Primates y Filósofos. Paidós.