La memoria va más allá de una función biológica; es también una forma colectiva de pensar la identidad: la memoria es también una de las formas de la historia.
Marc Bloch, en su obra Apología de la Historia o el oficio de historiar, define la importancia y papel de la memoria, individual y colectiva: la memoria es una herramienta que permite al historiador analizar la diversidad de las sociedades y los cambios que ocurren con el paso del tiempo. Partamos de esta idea.
Como forma individual, la memoria es subjetiva, se orienta por la experiencia y las filias o fobias individuales; embellece o ensombrece el recuerdo de un acto o un evento.
Modificamos el recuerdo y manipulamos así la memoria de forma selectiva donde no recordamos intencionalmente determinados hechos; ésta es una forma de modificar la percepción del pasado.
Esta visión personal se expresa, principalmente, en la literatura y en la música. Un ejemplo es la canción de Georges Brassens, Le temps passé, que en la versión en español, en el estribillo dice: “¡ah, qué hermoso es el tiempo pasado / cuando la memoria lo ha empañado!/ qué fácil es perdonar a quien nos ha ofendido/ los muertos son todos buenos tipos”.
La memoria nos hace olvidar de manera selectiva y esta condición, fundamentalmente humana, hace que la memoria colectiva planteé un problema para el estudio de la historia: ante un suceso histórico las memorias individuales suelen ser, en ocasiones, contradictorias.
Se recuerda el evento pero se matiza desde la subjetividad del observador. Esta condición no debe descalificar el testimonio, pues al recuperar dichas versiones podemos matizarlo. La memoria colectiva se puede convertir en historia oficial.
¿Una manipulación?
Veamos un ejemplo. El cuadro American Progress (1872), de John Gast, fue un encargo de George Crofutt, quien publicó una serie de guías de viaje sobre el oeste norteamericano.
Con la obra en su poder mandó hacer una serie de reproducciones para sus libros y folletos; el planteamiento original del autor y de quien encargó la obra era también un recurso publicitario que tomaba un elemento de propaganda política: el Destino manifiesto.
Durante varios años del siglo XX, a partir de los años 70, los profesores de Historia de nivel medio en Estados Unidos lo usaban como ejemplo de la postura decimonónica del Destino manifiesto y en su explicación hablaban de la expoliación de los pueblos originarios de su desplazamiento, así como el deterioro sobre entorno natural que esta expansión ocasionó.
Sin embargo, el 23 de julio de este año, el Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos publicó en la red social X (antes Twitter) la imagen de este cuadro con la leyenda “un legado del que enorgullecerse, una patria que vale la pena defender”.
Durante toda su campaña en 2024, Trump atacó la inmigración no europea afirmando que envenenaba la sangre de los Estados Unidos. Aquí la memoria en un cuadro que la memoria oficial toma esta obra y así pasa de un cuadro publicitario a un ejemplo del patriotismo de Trump.
Umberto Eco, en su ensayo Ur-fascismo o Fascismo eterno (1995), define varias características del pensamiento fascista y totalitario. Entre ellas hay dos que se relacionan con la manipulación de la memoria: el culto a la tradición y el irracionalismo.
Ambas tesis de Eco afectan la memoria colectiva y la forma de hacer historia, por lo cual es importante, en estos tiempos, nuestros tiempos, reflexionar y estar claros sobre el uso que le dan a nuestra memoria colectiva y cómo se presenta en los discursos oficiales de los gobiernos y grupos más conservadores.
Preservar la memoria de lo ocurrido y hacerla objetiva, mostrar las desviaciones que de los sucesos históricos se hacen, es una forma en la cual podemos sostener una visión objetiva de la historia y, en nuestro tiempo, de una esperanza de futuro.
* Profesor del plantel Naucalpan
